Erre que erre, algunas organizaciones ecologistas continúan cargando con toda su artillería pesada contra la pesca de arrastre. Quiero suponer que lo hacen conscientes de que esta modalidad de pesca puede resultar negativa para determinados intereses para los que, particularmente, no encuentro justificación.

Partiendo de la evidencia de que todo tipo de arte depreda porque causa bajas en esta o aquella pesquería, puede que no sea el arrastre el que más daños ocasiona. Y, sin embargo, demostrado está, el arrastre se está convirtiendo en los últimos 50 años en el más directo colaborador de aquellos que, como las organizaciones ecologistas, pretenden conservar la naturaleza marina.

Me explico: de entre los muchos y variados enemigos directos del medio ambiente marino destaca, y mucho, el plástico. Las toneladas de este material que no genera el mar sino los habitantes de la zona terrestre y que, indefectiblemente, de una u otra manera va a parar al mar formando en este, ya sea en superficie ya en el fondo, verdaderas islas -continentes, casi o sin casi- en las que mueren por asfixia todo tipo de peces, aves marinas, tortugas, delfines, ballenas, tiburones, etc.

¿Se han preguntado quién es el barrendero del mar, el cedazo del fondo marino?

El arrastre, sí, los aparejos que algunos segmentos de flota y buena parte de los ecologistas ni siquiera quieren mentar.

Desde viejas y oxidadas lavadoras, frigoríficos, sofás, ruedas de todo tipo de vehículos, botes de pintura, redes perdidas o apresuradamente cortadas para evitar sanciones de los guardacostas, de todo es posible encontrar en cualquier fondo, sea este arenoso, rocoso o poblado de algas. Y no los han depositado allí los barcos de arrastre, como tampoco de estos parten las miles de toneladas de material plástico -en su inmensa mayoría bolsas no biodegradables- que navegan por todos los mares y conforman en puntos concretos de los océanos esas inmensas islas de miseria asesina a las que tan solo se puede combatir con redes de arrastre.

Lo están haciendo de forma voluntaria centenares de arrastreros en una callada tarea de limpieza en la que intervienen como cedazos -nuestras humildes peneiras- para, al tiempo que recogen esa basura que el mar no logra deshacer, disponer de zonas en las que localizar vida y pescar para suministrar alimento a la población y, de paso, llevarse unos euros para la familia.

El arrastre, por sí solo, no acaba con la pesca. Sí lo hacía, sin embargo, la dinamita y la goma 2, y había quien defendía su uso en la mar, aquí, en Galicia, y en otros muchos lugares del mundo. Como me decía en una ocasión un camariñán: "Con dinamita se lleva pescando toda la vida". Y argumento que el arrastre es anterior a los explosivos y no ha dejado huérfanos y viudas como los ha dejado ese material explosivo.

El cedazo del mar, incuestionablemente, es el arrastre. Y los marineros que lo emplean como arte de pesca son, en buena medida, los barrenderos del mar. Ténganlos en cuenta a la hora de señalar responsabilidades y comencemos por reconocer las nuestras, como usuarios en tierra de los plásticos que cubren los mares y los fondos marinos.