Voy a creer a la conselleira do Mar, que no sé si estará o no convencida de que la gente de la mar de Galicia rechaza la acuicultura, cuando -como hizo el pasado miércoles- afirmaba en la casa de todos que es el Parlamento que "ninguna ley de acuicultura verá la luz sin consenso".

Este último matiz ("sin consenso") es lo que me hace dudar. Porque, con tan solo plantearlo, se deduce que la Xunta volverá a las andadas con ese tan traído y llevado borrador de ley de acuicultura mientras el partido que da apoyo al Gobierno sea el mismo.

Es evidente que no hay renuncia expresa a la ley citada. Simplemente, el borrador ha pasado al cajón de la esperanza para un posterior intento de rescate. Volverá a la mesa de debate y no sé si para conseguir el mismo rotundo resultado que obliga a reconocer el fracaso de su entrada en vigor. No lo sé, no lo puedo asegurar, porque los tiempos cambian y las circunstancias hacen que lo que ayer fue un rechazo, mañana sea una negociación para el acuerdo.

Que ahora se diga que el mar está en manos privadas porque, mediante concesiones, lo explotan los mariscadores y los mejilloneros, no es la mejor manera de que una conselleira defienda a un Ejecutivo que retiró momentáneamente el borrador forzado por una circunstancia adversa: el rechazo de los gallegos, que optan claramente por seguir pescando, que es lo que han hecho toda su vida. Las concesiones actuales -a la vista está- significan puestos de trabajo directo e ingresos contantes y sonantes para los concesionarios. Esas otras "concesiones" como las que la Consellería do Mar pretende llevar a cabo "un día" con sociedades acuícolas no benefician del mismo modo, no repercuten tan directamente en aquellos que, con su trabajo en los arenales o en la bateas, van a diario a las tiendas, a los supermercados, a los bancos, etc., para, euro a euro, contribuir en la acción de agrandar el granero común. Los "otros" van a su propio granero y no distribuyen la riqueza del mismo modo.

No ha habido entierro oficial del borrador de ley de acuicultura de Galicia, sino una estratégica retirada del mismo a la espera de tiempos mejores (que pueden venir, y lo saben, para ellos, los promotores de la propia ley). O, lo que es lo mismo: el borrador late con su corazoncito de papel. El mismo corazón que tienen las sociedades multinacionales que ya sabemos de qué va su sístole y su diástole.