Cedeira es villa pescadora. Es, también, referente en la pesca de la merluza con el arte de la volanta. Y, naturalmente, un referente en este arte fijo discutido, defendido y denostado por según quien hable de él. Como casi todas las artes de pesca, que acumulan detractores y defensores sin que ninguno de los bandos lleguen a un entendimiento definitivo.

Porque la volanta -que tiene un único paño de red que se cala en el fondo merced a los lastres de plomo de que está dotado, mientras que la parte superior se mantiene en aguas más o menos próximas a la superficie de estas, gracias a los flotadores- tiene una excepcional capacidad para capturar merluza, jurel, caballa, etc., lo que lo hace objetivo de todas las críticas por no discriminar capturas y a que, según el número de piezas que la componen, puede alcanzarlos 8 kilómetros de longitud.

Sea como fuere, Cedeira es consciente de que el arte de la volanta ha dado nombre a su merluza y esta protagonizó este fin de semana una fiesta gastronómica en la que participan numerosos bares y restaurantes que llevan a sus fogones las mil y una maneras de cocinar ese apetitoso plato. Es la primera fiesta de la merluza que la villa de la mujer marinera que despide y recibe a los barcos de pesca -volanteros o no, que de todo hay en Cedeira- desde las proximidades del puerto tiene a gala poner en la palestra de la gastronomía galaica justo en el largo puente festivo del Primero de Mayo.

Prohibida en algunos momentos y vuelta a autorizar en otros, la volanta define en gran medida la capacidad pesquera de un puerto antiguo en el mapa de la pesca nacional. Es precisamente la pesca la que da vigor a la villa que todo el mundo visita en su paso hacia la iglesia de San Andrés de Teixido o los acantilados más altos de Europa, de donde se extraen sus sabrosos percebes, en disputa permanente con los procedentes de los farallones del Roncudo o los del Ortegal.

La fiesta es la que llama, pero el motivo es la merluza de la volanta. De la volanta de Cedeira.