El Instituto Español de Oceanografía (IEO) de A Coruña ha marcado, no sé si inconscientemente (creo que no) el camino a seguir para lograr que el relevo generacional en la pesca tenga continuidad.

Es probable que peque de optimista. Seguro que sí. Pero si anteriores generaciones daban continuidad al trabajo de sus padres en la mar como pescadores (marineros) o como patrones (hoy capitanes de pesca) no ha sido sino consecuencia de esa como labor pedagógica que los padres -era labor de ambos- ejercían en casa cada vez que se ponía como ejemplo el trabajo que realizaban -el padre como pescador, la madre como mariscadora-. De este modo, el rapaz orientaba su futuro a la mar y, sin más preparación técnica que aquella que recibía de su propio padre o abuelo, llegaba a esa edad de 10 o 12 años sabiendo lo que era un estrobo, un miño, un salabardo, un remo, etc., etc., para introducirse posteriormente en las tareas a desarrollar a bordo como marinero profesional.

No había entonces escuelas náutico-pesqueras y aquellos que querían ser mandos en buques de pesca se preparaban, mediante asignaturas específicas para tal fin, en horas no lectivas de colegios privados como los de don Juan Emilio Álvarez de Prado (Colegio Compostela), el colegio de Monchín, el de Bayón o el de don Manuel Martínez en, por ejemplo, la localidad marinera -todavía hoy de gran importancia para la economía gallega- que es Santa Uxía de Riveira.

Recuerdo como si fuese ahora mismo mi conversación, allá por el año 1961, con el padre de un alumno del colegio nacional Francisco Franco, también en Riveira, al que trataba de convencer de lo importante que sería para su hijo de 11 años estudiar el bachillerato y, finalizado este, si era posible, afrontar una carrera que le apartase del destino ya iniciado que no era otro que ir a pescar, " andar ao mar", en la dorna paterna, heredada del abuelo del joven alumno.

El padre me escuchó atenta y educadamente. Y, aunque mayor que el arriba firmante en edad, me pidió permiso para liar un "caldo de gallina". Lo hizo parsimoniosamente y lo encendió con su chisqueiro. El olor de la mecha "prendida" lo invadió todo. Exhaló el padre la primera bocanada de humo y me dijo: "José Ramón debe aprender a leer y escribir y las cuatro reglas. Con esto es suficiente para andar a la mar. Porque es en la pesca donde más se debe saber sumar y restar, leer y escribir. Si, aparte de esto, aprende a multiplicar y dividir, el día de mañana será un mecánico naval cojonudo porque navegar ya sabe y en la mar se orienta muy bien. Créame: lo importante es saber cómo se patronea la dorna, cómo se pesca con nasas o con liñón, conocer dónde están las piedras fanequeiras o polbeiras y, a partir de ahí, espabilarse para saber contar lo que debes, lo que te deben y lo que debes ganar para vivir".

Esta era la escuela y enseñanza que un padre marinero requería para un hijo que iba a seguir su trayectoria profesional. Aquel alumno es hoy un capitán de pesca jubilado.

Y ahí entra en funcionamiento el IEO coruñés, que ha sabido atraer a decenas de chavales que, por un día (el pasado 27 de mayo), se han sentido oceanógrafos al compartir con los de verdad parte de su trabajo. De este modo, la chavalería habrá aprendido a conocer especies de peces, sistemas de pesca, modos de trabajo y se habrá dado cuenta de que el rape no viene de los mercados ni de los restaurantes, sino del mar, donde los capturan unos señores merced a lo que los oceanógrafos proponen -no siempre con éxito- y un organismo llamado Unión Europea regula cómo y cuándo se ha de pescar.

Enseñar, es el verbo.