Lo que denominamos mundo -que es aquello en lo que vivimos- celebró el jueves 8 de junio el Día Mundial de los Océanos, algo tan contradictorio que, de no ser porque se trata de un asunto muy serio, sería para morirse de risa.

Si los cinco océanos y sus correspondiente mares tuviesen voz y voto, aquellos que han propuesto la celebración de un "día" de esas características estarían con el plástico y los botes de aluminio al cuello, que sería lo mismo que decir que estarían asfixiándose en la mierda que invade nuestros mares porque quienes tienen en sus manos el poder de decisión no deciden y los que debiéramos obedecer a nuestra conciencia carecemos de ella.

¿Cómo podemos plantearnos una celebración del Día Mundial de los Océanos cuando estos van paulatinamente dejando de cumplir las funciones para las que el ingeniero creador del mundo -¿Dios?- los diseñó?

Los océanos tienen diversas funciones encaminadas a hacer posible la vida en el planeta Tierra, pero los seres humanos que habitamos tanto la parte terrestre de este planeta como los que se aprovechan de la existencia de rutas marítimas, de caladeros de pesca, de litorales de ensueño en los que nos recreamos, solo pensamos en cómo deshacernos de la porquería que generamos y vemos en la mar -la que conforma los océanos-, el gran basurero en el que verter todo aquello que no queremos en nuestras propias casas. Esta es la radiografía de los océanos a los que dedicamos un día, "su" día. Océanos de microplásticos que la fauna confunde con plancton y provocan su asfixia al engullirlos. Océanos de botellas de PVC y bolsas por las que ahora los establecimientos comerciales inician un nuevo negocio cobrando por el suministro de las mismas a los clientes en un aparente intento de reducir su uso. Bolsas que tragan los animales marinos atraídos, sin duda, por sus llamativos colores y de las que no pueden deshacerse porque quedan en su interior hasta que el pez, sea cual sea su tamaño, muere asfixiado.

Mares y océanos de plástico a los que se han vertido miles, seguramente millones de toneladas de munición de guerra y bidones cuyo contenido no es otra cosa que una historia verdadera de muerte por los elementos que conforman aquello que arrojamos al mar porque no lo queremos en nuestra proximidad y buscamos fosas marinas -como la de Galicia- para tratar de hacer que llegue con retardo esa muerte que diseñamos para la mar y sus océanos.

Esto es lo que celebramos: el veneno que arrojamos al mar por todas cuantas canalizaciones van de la tierra a precisamente el mar y culpamos a los pescadores porque consideramos que si la pesca se reduce es debido a su ansia infinita de pescar más. En las rías no se pesca prácticamente, pero estamos acabando, gracias a las inmundicias que enviamos a ellas, con todo signo de vida marina, tanto de fauna como de flora. Pero las rías no se regeneran. Esperan. Y mientras esperan, se mueren lentamente.

A esta muerte a plazos dedicamos el 8 de junio de cada año y decimos que el Día Mundial de los Océanos es para recordar que están ahí desde hace millones de años, pero que hemos avanzado más en los últimos 60 años para acabar con ellos que en todos los años anteriores de su existencia.

No hay nada que celebrar. Ni siquiera por lo que llorar con lágrimas de cocodrilo. ¿Por qué no nos metemos en el mar, tragamos un poco del mucho microplástico que a él hemos tirado (y seguimos tirando) y después miramos de frente a una tortuga marina que no puede respirar?

La existencia del plástico facilita nuestra vida. Y cuando no nos sirve, lo tiramos al mar para que acorte la vida de los seres marinos. Nuestra hipocresía celebrando este Día Mundial de los Océanos me produce mares de vergüenza: estamos matándonos a nosotros mismos y no nos espera ninguna hurí en las praderas del cielo, agotadas como están las de posidonia en el planeta Tierra.