Mientras países como Japón o Noruega, entre otros, tienen a los cetáceos marinos -significativamente la ballena- como objetivo alimentario del que podrían prescindir sin ningún problema, otros muchos luchan por lograr que las distintas organizaciones internacionales de protección de la naturaleza avancen hacia la ampliación del número de santuarios que den protección a las especies marinas que tienen el fondo de los océanos como su mejor aliado gracias a que, a pesar de los avances en el conocimiento de, por ejemplo, la superficie de la luna, seguimos siendo los más grandes ignorantes de lo que los fondos abisales marinos del planeta Tierra ocultan para el género humano y de las posibilidades que ofrecen.

El futuro de los océanos está en juego y el ser humano corre el peligro de perder todo cuanto albergan antes incluso de poder descubrirlo, concluye Greenpeace.

Son muchos los enemigos que inciden en ese fin supuestamente adelantado: desde los arrastreros que abren cicatrices en el fondo marino con sus trenes de bolos a los gigantescos cargueros que arrojan al mar sus residuos, pasando por las flotas de buques que realizan pesca ilegal y agotan de este modo la vida marina. Sin olvidar que las necesidades de combustible fósil han hecho que los ojos de la especulación se centren ahora en la extracción de petróleo justo donde las distintas flotas logran especies objetivo (comerciales) que, mediante la aplicación de planes de recuperación, han vuelto al sostenimiento en los límites establecidos por el Rendimiento Máximo Sostenible (RMS). Una sostenibilidad imposible de mantener si se pretende compatibilizar la pesca con la extracción de petróleo, gas e incluso piedras preciosas del fondo marino.

La ONU trata de proteger los mares pero varios de los estados miembros de esta organización supranacional han hecho valer siempre sus intereses y las especies únicas que habitan los océanos continúan estando en peligro y, con ellas, el futuro de los océanos.

Se apunta como solución la creación de una red de santuarios marinos, espacios donde sería posible la protección de la vida marina y que esta se recupere tras décadas de explotación. Algunos países, por su cuenta y riesgo, asumen el reto de crear dichas reservas. Las islas Galápagos o la isla de Pascua, también la petición de que Canarias se convierta en un reservorio de cetáceos. Mientras, Galicia ve pasar su oportunidad de ampliar la reserva marina de Lira, desecha prácticamente la aprobada reserva de Cedeira y para nada quiere oír hablar de las reservas de Fisterra y Burela y no siempre por la inacción de los responsables políticos sino por la franca oposición de aquellos que obtienen beneficios económicos de la explotación de su fauna.

La biodiversidad de nuestros mares está en juego. Y si no hay biodiversidad, se puede dar por seguro el colapso de las pesquerías, lo que conduce a la pérdida de puestos de trabajo en la mar, la paralización de la industria pesquera y, consecuentemente, la muerte por vía lenta de poblaciones enteras hoy dependientes de la pesca y el marisqueo.

Nuestros mares necesitan protección. En primera instancia, los locales; pero sobre todo los océanos, supuestamente amparados por el Tratado de los Océanos que augura continuidad para las ballenas, los delfines, las tortugas, las aves marinas, etc.