Estados Unidos, Australia, Nueva Caledonia y Nueva Zelanda son, por este orden, los países que disponen del mayor número de kilómetros cuadrados marinos protegidos. Los datos corresponden a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). El quinto país en esta clasificación es Chile, con un millón de kilómetros cuadrados (km2) de mar bajo amparo después de que los 463.000 km2 de áreas marinas protegidas de que disponía hasta el pasado mes de febrero hubieran "crecido" exponencialmente gracias a la creación de un nuevo parque marino en Cabo de Hornos e Islas Diego Ramírez (en total 100.000 km2) y la expansión del área protegida de Juan Fernández hasta 450.000 km2.

He aquí la importancia que la Administración chilena otorga al futuro, teniendo en cuenta que las áreas marinas protegidas, además de generar amparo al mar, permiten controlar muy directamente el cambio climático y generar más especies y biomasa para una población mundial que demanda proteínas o, lo que es lo mismo, comida.

Qué duda cabe que el paso de Chile marca el camino a las naciones del mundo. Evidencia un sentido trascendente y fija un nuevo sistema o manera de hacer las cosas.

Mientras, España -uno de los países con más kilómetros de costa de la UE- parece estar a la espera de que la preocupación por el cambio climático pase de largo, como si no fuese con nosotros. Basta con comprar derechos de emisión de CO2. El mar no va con nosotros. Y por ello tampoco nos ocupamos de proteger las costas, donde vive la mayor parte de la población española.

Son las dos patas de un banco en el que el Gobierno español no quiere sentarse. Y la una va unida a la otra. Proteger las áreas marítimas no excluye el cuidado del litoral, donde además de vivir millones de personas se ganan la vida miles de pescadores. Proteger la costa es proteger a quienes desarrollan en ella su actividad profesional y nutren los mercados. Todo ello significa ayuda a los distintos negocios y comunidades porque es factible compatibilizar negocio y cuidado del mar. Pescar ya no tiene sentido si no garantizamos el futuro de las pesquerías. Este futuro lo garantizan las áreas marinas protegidas y una costa adecuada a la realidad socioeconómica de los países. Por ejemplo, España. Específicamente, Galicia, comunidad con altísimas carencias en la protección de la costa y de la flora y faunas marinas, por no incidir en la demostración palpable del bien que las áreas marinas protegidas significan para la sociedad.