No hay necesidad de, en tantas ocasiones, manifestar que España es uno de los países que, abiertamente, lucha contra la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada. Por mucho que se diga, al final muchos de los verdaderos culpables de que ese tipo de pesca ilícita exista residen en España e incluso son nacionales de este país.

Vidal Armadores hace muchos años que está en el punto de mira de numerosas organizaciones internacionales y, ahora mismo, goza de una especie de carta blanca judicial para seguir pescando en aguas internacionales cómo y cuándo le viene en gana dada la inexistencia de una aplicación penal más allá de las competencias propias de la Justicia española. Esto da nuevas alas a una sociedad manifiestamente contraria dispuesta a seguir pescando merluza austral -por ejemplo- en aguas reguladas por acuerdos y convenios internacionales en las que, a conciencia, causa verdaderos estragos.

Las medidas adoptadas en España contra esa empresa de empresas con sede oficial en Ribeira no son sino una mera anécdota. Las sanciones económicas son una bagatela. Y el resultado obtenido en cada campaña de pesca ilegal repercute de modo más que beneficioso en el artificio empresarial, lo que hace que el ejemplo se expanda y sean más armadores los que sigan el rumbo por aquello de que no solo gane la familia Vidal. Todo ello, naturalmente, con el consiguiente perjuicio para la fauna austral.

La República de Cabo Verde tiene ahora en sus manos la posibilidad de impedir que dos de los buques de esa sociedad multinacional se incorporen a la actividad ilegal. Pero tampoco se pueden exigir responsabilidades a ese país africano exclusivamente cuando en el país de origen y residencia del propietario de los barcos se extiende la noticia de que no hay castigo para quien se salta a la torera toda norma internacional dado que la Justicia española se llama Andana cuando el daño, la ilicitud, se verifica más allá del ámbito nacional.

Esta actuación judicial me recuerda un viejo juego de niños que le retrotrae a uno a la Ribeira (entonces Santa Eugenia) en la que los rapaces formaban con su cuerpo un ángulo recto para que, en postura similar a la de un caballo, los demás saltaran sobre uno mediante el simple apoyo de las manos en la espalda del que "pandaba". Este juego era conocido como "la nada". Jugar a la nada era jugar a algo llamado NADA.

Lo mismo que la Justicia.