Buenas palabras. Cero compromiso. Destrozos al por mayor. Bonito del Norte muy feo. Arrastreros pelágicos que campan a sus anchas. Boniteros españoles que tragan bilis. Vergüenza. Silencio de la UE. Callada por respuesta. El bonito se acaba. El panorama no se aclara. Más vergüenza.

Así de claro. Así de doloroso.

He visto una serie de fotografías que evidencian los estragos ocasionados en el Cantábrico y el Atlántico por arrastreros pelágicos franceses y le juro, lector, que he sentido escalofríos a la vista de cómo se destrozan centenares de piezas por el uso indiscriminado de artes prohibidas en aguas españolas a los buques de pabellón nacional dedicados a la captura del bonito. Una prohibición que los arrastreros franceses se pasan por el arco del triunfo con la misma tranquilidad que, hace algo más de una veintena de años, se pasaban la prohibición de la Unión Europea del uso de volantas o cortinas de la muerte. Hasta que los boniteros gallegos sentaron las bases de su cabreo y se tomaron la justicia por su mano obligando a entrar en el puerto burelense a la famosa embarcación La Gabrielle, al igual que los pelágicos de bandera gala, que se dieron cuenta de que hasta ahí habían llegado.

Es de suponer que no va a ser necesario repetir la escena desagradable y no exenta de una cierta violencia. Pero es que ni España ni Europa parecen querer dejar otra opción. Y los problemas de los pelágicos franceses no se solucionan por la inacción, por jugar al don Tancredo. Hay canales que se pueden utilizar para que la UE tome decisiones en el caso de que las autoridades francesas no adopten las medidas necesarias para evitar la masacre que se está viviendo estos días en la mar por la intervención de unos arrastreros cuyos patrones y armadores se ríen de la rabia contenida que se va almacenando en aquellos que han de contemplar cómo sus colegas galos gallean en la mar y les miran conmiserativamente como si comprendieran que no pueden hacer otra cosa mientras ellos, los franceses, pescan y destrozan, venden y ganan y compiten ventajosamente. Feo, muy feo ese bonito que, por otra parte, es adquirido por fabricantes conserveros españoles necesitados de materia prima. Cero compromiso.

El panorama no mejora, a pesar de las exigencias y protestas de los boniteros españoles. Los gallegos están hartos de que se les ignore, de que no se escuchen sus demandas. Pero los asturianos no están mejor. Cántabros y vascos parecen guardar la ropa, no quieren nadar.

Todos los barcos depredan, indudablemente. Pero los arrastreros pelágicos franceses causan verdaderos estragos y lo hacen ante las mismísimas narices de los pescadores del Cantábrico Noroeste. En el Parlamento Europeo no hay voces que, como las de hace 25 años, digan alto y claro que ese modelo de pesca no es válido. Tampoco se escuchan -tal vez porque utilizan sordina conveniente- los instrumentos de viento de las organizaciones ecologistas. Los boniteros gallegos y asturianos parecen estar condenados a luchar contra corriente y solos.

Vergüenza. Doloroso. Merde.