A pesar de los avances experimentados, el sector pesquero gallego continúa arrastrando deficiencias que no logra superar adecuadamente y que se han puesto de manifiesto, una vez más, en las pasadas fiestas navideñas: el producto de indudable calidad que logran las distintas flotas gallegas no encuentra una respuesta adecuada porque, muy probablemente, Galicia no ha dado con la tecla necesaria que le permita una comercialización de sus productos adecuada. Y todo ello, a pesar de lo avanzado en, por ejemplo, el uso de Internet para la venta online que, teóricamente, podría permitir a un barco alcanzar puerto con sus capturas vendidas.

¿Dónde está el problema?

Los precios de las capturas no se rigen exclusivamente por la comercialización en las salas de las lonjas y a viva voz, siempre en subasta a la baja. Muchas veces, esta venta -de la que sacan partido, aunque sea de forma mínima, las cofradías de pescadores titulares de esos centros de primera venta, los ayuntamientos y, en muy contadas ocasiones, la iniciativa privada (caso de la lonja coruñesa)- está dirigida por las multinacionales, que son las que verdaderamente marcan los precios invalidando el valor añadido (buen precio) que pretende lograr una mayor rentabilidad para el productor. Éste, no obstante, se encuentra ante la imposibilidad de fijar tal buen precio porque no es él -su barco- el que lo establece sino que depende de múltiples factores que el lonjero no puede controlar. Por ejemplo, de un etiquetaje que no se corresponde con la realidad, porque en muchos casos el pescado de importación se vende como si fuese de aquí y así lo proclama su etiqueta.

Aunque aparentemente existe una cierta tendencia a hacer creer al sector que, si bien se pesca menos los beneficios de la pesca son mayores, todo evidencia que el producto se comercializa a los mismos precios de hace 20 años.

Algunas cofradías de pescadores, obviamente en el sector de la bajura, han intentado poner remedio a esta situación impulsando la venta directa, abriendo al mercado sus propias pescaderías. Pero la comercialización directa, a pesar de todos los esfuerzos para su implantación, perjudica al minorista y este se resarce esperando hasta el último momento en la subasta en lonja con lo que, una vez más, caen los precios y la irrentabilidad de la pesca se pone de manifiesto.

El producto de calidad impone su ley y obtiene una mayor rentabilidad, pero no siempre está al alcance del productor lograrla.

Hay quien propone la defensa a ultranza de las lonjas y, con ello, la de las subastas. Es una vía; pero es el propio sector el que falla porque opta por acudir a puertos determinados para vender en estos lo que considera que no va a tener una salida adecuada en su puerto base. De esta manera contribuye a la práctica destrucción de la lonja local y sus instalaciones y, a la vez, al encarecimiento de los gastos de explotación del barco por cuanto los desplazamientos son más largos y el precio del combustible se mantiene, muy a pesar de los intereses de los consumidores y usuarios.

Si a todo esto unimos que las grandes multinacionales de la pesca nunca son inspeccionadas y que casi nunca se señala en los mercados la procedencia del producto, ya tenemos la tormenta perfecta para la pesca de bajura de la que, en la comunidad gallega, vive (o lo intenta) un buen número de familias a las que hablar de comercialización les suena todavía a pantalón de mahón azul y de orillo.