Don Juan Emilio Álvarez de Prado utilizaba una frase a la que recurría con frecuencia para, en sus paseos por el campo con la chiquillería de su Colegio Compostela, poner fin a cualquier discusión: Aquí paz. E no ceo, chourizos.

Nunca, hasta hoy, había encontrado significado trascendente a este dicho. Pero don Karmenu Vella, comisario europeo de Pesca, me ha hecho caer de la burra -del caballo se cayó Saulo, como muy bien sabe el lector-: acalla voces que comenzaban a ser incómodas (pone paz, por tanto) y pone chorizos en un cielo de pescadores gallegos, andaluces y portugueses al concederles, mire usted, un plan de gestión para la sardina ibérica que incluye vedas, moratorias, tallas mínimas, limitaciones de desembarques y refuerzo de los controles, amén de medidas de investigación científica para la evaluación y seguimiento de tales medidas.

El plan permite a España y Portugal capturar un total de 14.600 toneladas de sardina durante este año, pero solo 7.300 toneladas hasta finales de julio. Las restantes 7.300 quedan a expensas de la evaluación previa que realice el Consejo Internacional para la Explotación del Mar (ICES). Si este organismo confirma con los datos de las campañas de esta primavera que la biomasa tuvo una recuperación del 10% respecto a los niveles de 2017, el permiso comunitario seguirá vigente hasta el agotamiento del cupo de la especie. Si los datos no son favorables -y aunque oficialmente nada se dice- se entiende que a finales de julio habrá finalizado la campaña 2018 de la sardina para nuestros marineros. Aquí, paz. E no ceo, chourizos. O el burro y la zanahoria. Y así hasta 2023, con el anzuelo bien cebado de que la aplicación de la regla va a permitir un incremento mínimo del 10% de la biomasa anual.

Porque es bien sabido que los barcos españoles y lusos no van a dar tregua a la sardina y que las 7.300 toneladas hasta el mes de julio se agotarán en un plis plas. Esto lo sabe también don Karmenu, por lo que no me extraña que haya dado su consentimiento a la propuesta del plan de gestión presentado conjuntamente por los gobiernos de España y Portugal. Un planteamiento hispano-luso que para mantener abierta la pesquería hace indispensable la recuperación de la especie. Sino, castigados por malotes a no seguir pescando hasta el año siguiente, y los barcos a velas vir.

Don Karmelu Vella no tiene un pelo de tonto, aunque sea ciudadano de un pequeño micropaís. Lo suyo es saber camelar. Lo nuestro, no sé. Tal vez hacernos los tontos y salir a pescar, con los portugueses, ese brazado de 7.300 toneladas que no son sino un aperitivo sin primer plato. Y, mucho menos, un segundo o un postre.

Un halcón maltés, Vella. Nos chupamos el dedo, con perdón.