Instalar cámaras a bordo de los pesqueros es el objetivo a corto plazo de la Agencia Europea de Control de la Pesca. La pretensión, en el fondo, es limitar al máximo las infracciones a la normativa pesquera y que, por los datos ofrecidos por la propia agencia, crecieron un 33%, hasta las 889 (hasta ahora presuntas infracciones) en 2017. La cifra es consecuencia de 20.074 inspecciones.

Desconozco el ámbito en el que se hicieron esos controles, pero si de más de 20.000 se extrae como consecuencia que hay poco menos de 900 presuntas infracciones, tampoco parece que la fuerte oposición que a la instalación a bordo de los pesqueros de esa nueva versión del Gran Hermano sea como para poner al mundo de la pesca en pie de guerra.

No sé qué tipo de seguridad en el control de la pesca pueden proporcionar las cámaras. Los técnicos lo sabrán, imagino. Pero si a las ya más que numerosas policías pesqueras que actúan en este país le sumamos el ojo siempre abierto del Gran Hermano, la mar será -si no lo es ya- en el sector más vigilado y controlado de España.

Hace años que la Asociación Rosa dos Ventos de Mujeres de Marineros había solicitado la instalación a bordo de los barcos de una cámara que otorgase a la tripulación mayor seguridad. No ha habido tal. Pero ahora es la Agencia Europea la que se empecina en elevar el control de los barcos porque, según se desprende de lo dicho en Vigo por sus responsables, no se dispone de los suficientes equipos humanos y técnicos de control.

Si este va a ser el mismo que se practica con las famosas cajas azules, apaga y vámonos. Y si va a ser similar en el resultado al que se pretende extraer de las declaraciones de pesca con un par de horas de antelación a la entrada del buque en puerto, caldeirada de ollomol.

Las aguas comunitarias, pobladas ya por una larga ristra de barcos de vigilancia, que en España son legión, deben de ser las más vigiladas del mundo. Y aún así, es Europa y sus estados miembros la que más pescado importa de países en los que el control brilla por su ausencia.

El Gran Hermano incomoda. Y no porque impida el ejercicio de una pesca irresponsable sino porque convierte cada marinero, cada barco, en presunto delincuente al que vigilar de cerca no vaya a ser que se desmadre.

En la mar no todo es fariña.