Superado el tiempo de la Semana de la Pasión y los himnos a los novios de la muerte cantados a coro por los ministros del Gobierno, llega el momento de la realidad: discernir sobre el efecto que a la pesca gallega -y a la española- causan las tres "gracias" (que menudas son).

Belleza, Júbilo y Floreciente, según la mitología; TAC (Total Admisible de Capturas), descartes y Comisión Europea, según el daño que todas ellas ocasionan a un sector, el pesquero, que en su dinamismo quiere que todos vivan y dejen vivir, algo que Bruselas no permite ni de lejos por la aplicación al dedillo de cuanto significan TAC y descartes.

Madia leva, decimos los gallegos, y nuestros disgustos nos cuestan.

Lo hemos dicho en más de una ocasión: a la Unión Europea, en cuyo seno se aloja esa especie de Pepito Grillo que es la CE, le importa una higa el sector pesquero. Sí quiere el pescado y el marisco como alimentos más o menos interesantes para una parte significada de la población comunitaria. Pero quiere más, mucho más, al significado del euro máxime si puede ahorrarlo. Y la pesca consume muchos, bastantes más euros -a juicio de los señores de las poltronas de Bruselas- de lo que el sector pesquero reporta. Con menos gastos suministra pescado procedente de terceros países a aquellos estados miembros que lo consumen. Entre estos, España.

A la "gracia" CE no le duelen prendas cuando, llegado el momento de aplicar su Política Pesquera Común, ha de utilizar la segadora y, con sus consecuentes recortes, conducir a las distintas flotas pesqueras al más ignominioso desguace. Y, por descontado, para llegar a tales decisiones restrictivas, se vale de las otras dos "gracias" (que nada tienen que ver con las rollizas de Rubens). Los TAC, para hacer entrar en vereda a un país que, como es España, pesca, vende y compra pescado. Un caso insólito, al parecer, y que nadie quiere comparar con la agricultura francesa, que produce, compra -poco, pero compra- y vende -mucho más de lo que compra-. Y está la tercera "gracia", repolluda y versátil: los descartes. Que nadie pesque aquello que no puede vender y que nadie venda aquello que no puede pescar. Descartes cero, dicen, y los barcos se quedan sin poder pescar porque a ver quién es el bonito -del norte e de dónde sea- que larga aparejos y captura exclusivamente aquello que puede, en buena ley, depositar en la lonja de turno para su venta posterior.

Pues estas son las "gracias" del nuevo viejo Rubens nacido de un teórico rapto de Europa perpetrado en Bruselas para martirio de la clase pescadora que ya no se remanga la falda ni aunque lo pida con carantoñas al por mayor el poco simpático comisario Karmenu Vella.

El TAC es a la Unión Europea lo que un clavo en la suela del zapato de cualquier pescador. Los descartes son un invento de mala muerte ideado por algún ocioso funcionario al que lo mismo se le pudo haber ocurrido planificar cómo iluminar el Atlántico para ver las olas de lejos. Y la CE es una entelequia que, como los descartes, la tiene tomada con el sector pesquero porque, seguro estoy, le molestan los tiquitac de los motores de las embarcaciones que van y vienen por la bahía en busca de un pez no descartable que llevarse a la red, a la línea o al salabardo.

Son las tres condenas que nadie quiere y, sin embargo, han de asumir en la mar para seguir dando constancia de que la pesca existe.

¿Habrá algo más contradictorio?