Crecido, sobrado, insolente, desafiante, un Francisco Granados que lo niega todo desde la cárcel madrileña de Estremera, decía Antonio García Ferreras en Al rojo vivo, que conectó en directo para escuchar las declaraciones del político encarcelado del PP -oh, no, otro inocente perseguido- y que compareció por videoconferencia ante la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid -investiga los casos de espionaje en los que está implicado el presunto cerebrito de la Púnica-.

Reaparición beligerante de Granados desde la cárcel, decían en Las mañanas de Cuatro, el programa de Javier Ruiz. Yo veía la tele en ese momento, y sí, a mí también me pareció de una chulería insoportable el menda este. De esto hace unos días, pero no quiero dejarlo pasar. En un momento de su comparecencia, creyendo imbécil a los diputados madrileños, el hábil Granados, otro espíritu tertuliano, una de las ranas de Esperanza Aguirre, lee una lista de periodistas que para él son la cumbre, el K-7 de la información, la guinda de la tarta.

Dijo de ellos que, demostrando su magisterio, sabiduría, e independencia, son los únicos que en este país respetan el estado de derecho porque respetan su presunta inocencia. No me resisto a escribirla. Sin ánimo de ser exhaustivo, tal como él advirtió. Ahí va. No se detenga, échele valor y siga hasta el final, no se venga abajo tan rápido creyendo que es una burla al periodismo. Aquí está lo más granado de Granados -jo, qué ocurrente soy-.

Ana Rosa, Alfonso Rojo, Carlos Herrera, Carlos Cuesta, Jiménez Losantos, Graciano Palomo, Eduardo Inda, Miguel Ángel Rodríguez, César Vidal, o Edurne Uriarte. Si fuera periodista me aliviaría no estar en esa lista espeluznante. Qué horror.