Es un intento fallido de cine religioso en el que la estética del paisaje se impone sobre el contenido humano, de forma que sus escasos 83 minutos se convierten en un espectáculo desmesurado. Salta a la vista que el director Andrew Hyatt, que solo había dirigido dos películas previas, Frozen y el thriller psicológico The last light, no estrenadas en España, no ha conseguido entrar en la dimensión requerida de una cinta que pasará inadvertida, como ha sucedido en los países en los que se ha visto, por nuestros cines.

Eso sí, podría ser un modelo ejemplar de largometraje realizado con un presupuesto ínfimo y rodado, en escenarios rurales de California, en apenas diez días. De hecho, no hay ni un solo escenario reconstruido, ni una sola vivienda de la época y todo el gasto se reduce a las túnicas y prendas similares que portan los escasos personajes que desfilan por la pantalla. Aunque es probable que los intentos en clave poética de la narración interesen a algunos, el panorama que se nos muestra no es, precisamente, un dechado de virtudes ni de referencias solventes. Lo que se ha pretendido es contar los últimos días de la vida de María, la madre de Jesucristo, cuando se cumplen más de diez años desde la resurrección del Mesías.

Es el año 44 de nuestra era y María siente que las fuerzas le fallan y que la muerte está cercana. Por eso convoca a su lado al apóstol Pedro, que atraviesa por unos momentos especialmente delicados que suscitan las críticas de muchos cristianos. Le censuran, por encima de todo, que no haya tomado medidas para hacer frente al desmesurado crecimiento de los seguidores de Cristo, lo que está creando un cierto desconcierto entre todos ellos. Así, con las conversaciones entre María y Pedro, por un lado, y la de otros apóstoles, entre ellos Andrés y Simón y personajes tan significativos como José y la joven Zara, se va rellenando de diálogos un producto que trata de ofrecer espiritualidad y poesía pero que no tiene la capacidad de sugestión necesaria para ello.