Muestra el sello inconfundible de la comedia francesa y es una contribución modesta pero no mediocre ni vulgar al género que salvaguarda, al menos, el interés logrando que entremos en un territorio liberado en buena medida del aburrimiento.

El hecho de que esté basada en una obra teatral del propio director, Ivan Calberac, es un factor de peso para controlar mejor a los personajes y conseguir que salgan muy a menudo del reto que representa la película. Supone el cuarto largometraje del realizador, del que solo habíamos visto en España una, 'Irene', que se estrenó en 2002. Y para el aficionado español es un reencuentro inesperado con un muy veterano actor, Claude Brasseur, que es un nombre de gran prestigio que forma parte de la historia del cine galo.

Con soluciones a veces un poco forzadas, sobre todo la que justifica el propio relato, lo cierto es que el auditorio acaba ingresando en los entresijos del argumento y picando el anzuelo que el señor Henri ha preparado para conseguir sus retorcidos objetivos. El asunto se pone en marcha cuando la simpática y atractiva Constance abandona su hogar familiar de Orleans para alquilar una habitación en la casa parisina del señor Henri, un octogenario cascarrabias y sin pelos en la lengua, solitario y misógino, que solo acepta tener compañía para poner a prueba a su nuera, convencido de que ésta, Valerie, no le quiere.

A pesar de que Constance se siente utilizada y es consciente de la inmoralidad de la propuesta, acabará cayendo en sus redes y planteará la estrategia idónea para comprobar un tema que será clave en el futuro y en las decisiones que se tomen en materia de herencias. Además, la joven gozaría del favor de Henri y seguiría sus estudios de música, que podría representar su mejor futuro en momentos con muy pocas expectativas. Ingredientes no muy solventes, aunque con estímulos para superar su meta, entretener y evitar el tedio.