Su dignidad y empeño, marcados por las enormes dificultades que entrañaba rodar en África y hacerlo desde el principio en orden cronológico, son indudables y aunque no siempre las cosas salen como sería de desear nunca llega a frustrase por completo un trabajo serio y con virtudes nada despreciables. De hecho, podría ser la verdadera confirmación como cineasta de un director, Norberto López Amado, que se ha entregado hasta ahora casi por entero a la pequeña pantalla, a la dirección de miniseries y TV movies, de modo que desde que inició su carrera profesional en 1999 solo ha firmado dos películas, Nos miran (2002) y La decisión de Julia (2015).

El punto débil del cine de López Amado no es otro que la carencia de sentimientos, preocupado más por la narración y por la factura externa, que es lo que ha primado en sus telefilms. Es algo que se deja sentir en El cuaderno de Sara sobre todo en la segunda mitad, cuando las casi dos horas de metraje empiezan a pesar por la falta de densidad humana en los personajes. No es siempre así y no se arruina con ello la película, por supuesto, pero se pierde una ocasión propicia para hacer un cine que llegue más al corazón, algo que se dejaba sentir con mucha más intensidad, por ejemplo, en Los gritos del silencio (1984), de Roland Joffe.

Con una labor estimable de Belén Rueda, que sin ser la mejor de su repertorio logra momentos convincentes, nos introducimos en el corazón de África, acompañando a una mujer, Laura, que busca desesperadamente a su hermana, Sara, una voluntaria de una ONG desaparecida en el Congo, en una zona de grave inseguridad por las disputas tribales motivadas por la explotación de unas valiosas minas. Aquí los escenarios de Uganda, en donde se rodó, junto a las Islas Canarias, contribuyen a incrementar la verdad de los fotogramas, que son testigos de una violencia desgarrada que castiga, sobre todo, a los niños y a las mujeres. Son secuencias duras y bien diseñadas, aunque podrían también desprender una emotividad que se echa de menos.