A finales de los 80 y durante buena parte de la década de los 90, el judo coruñés vivió sus momentos de oro. Solo de esta manera se puede explicar que dos de sus representantes llegaran hasta lo más alto de este deporte: participar en unos Juegos Olímpicos. Fueron Victorino González (Seúl 1988) y Roberto Naveira (Atlanta 1996). Dos deportistas bien diferentes, pero unidos por la misma pasión. El primero, tirando a peso pesado. El segundo, más bien a pluma. Uno todo fuerza, otro técnica e inteligencia. El ciclón y el tesón. Del Shiai y del Judo Club Coruña. Pero ambos demostraron que viviendo y entrenando en A Coruña alcanzaron sus metas. Incluso Victorino, al que conocían como El Chino o el Ciclón del Atlántico, se trajo para casa un diploma olímpico -que hoy no sabe dónde guarda- tras ser séptimo en Corea del Sur.

"Y bien pudo ganar una medalla. Era el mejor judoca que había en España en esos momentos. Para los de mi generación siempre fue un referente. Crecimos fijándonos en él, no podía ser de otra forma", replica Roberto Naveira, emocionado, cuando González intenta restarse méritos al achacar su diploma a la buena suerte con el sorteo de la competición. "Es una persona que tiene unas condiciones físicas inigualables. Cualquier deporte que hubiera hecho se le hubiese dado bien", continúa con admiración, ya que él no tenía sus condiciones. "Roberto era una persona bastante técnica, con mucho tesón. Era muy delgado, virulillas. Poquito a poquito se fue haciendo, pero echándole narices, diciendo aquí estoy yo y voy a llegar. Yo lo veo muy constante, explosivo e inteligente", devuelve los piropos Victorino.

Aunque ambos son muy diferentes, tienen, además del judo, otra cosa en común: el barrio de procedencia. Los dos se criaron en Monte Alto. "En mi época, el barrio era problemático. Muchos compañeros y vecinos míos acabaron muy mal por las drogas. A mí el judo me salvó de todo eso. A las seis iba al gimnasio y eso me sacaba de la calle", admite Victorino. "A mí es que mi madre ya no me dejaba salir de casa", bromea Naveira. Aún así, como en la caso de muchos campeones, su primer contacto con el judo fue casi de rebote. En el caso de Roberto, porque se apuntaron unos amigos; en el de Victorino, por las películas: "Me gustaban las artes marciales y fui al Palacio de los Deportes a apuntarme a kárate, porque me parecía más espectacular, pero la edad mínima era de 16 años y yo tenía 9. Me conformé con el judo... y ya me quedé para toda la vida".

Lo que empezó por casualidad poco a poco fue convirtiéndose en algo serio. Los resultados llegaban al mismo ritmo que crecían las expectativas. González, prudente por naturaleza, ni se planteaba ir a los Juegos. "Es un mecanismo de defensa. Para no decepcionarte por no alcanzar las metas, no me planteaba objetivos a largo plazo. Las cosas iban cayendo por su propio peso". Aunque necesitara un pequeño tirón de orejas. Para no pasar tantos apuros con la báscula, decidió subir de categoría, pero el experimento fue un fracaso. Cuando regresó a su peso, se dio cuenta que podía llegar a Seúl 1988, aunque hasta un mes antes no tuvo la confirmación. Para Naveira, en cambio, fue una cuestión de orgullo. "En el 86 fui campeón de España juvenil y al año siguiente fui al campeonato de súper campeón y me eliminaron en la primera ronda. A los 19 años fue cuando me puse a entrenar en serio. En Barcelona 92 fui de sparring y a Atlanta ya como competidor".

Una vez conseguido el objetivo de estar en la competición deportiva más importante, parece que solo toca disfrutar, pero tanto Victorino como Roberto coinciden en que fue una experiencia de la que casi no se enteraron. "Tardé 24 horas en llegar a Seúl y lo hice muerto de cansancio. Después, allí, estaba pendiente de la competición, del peso, de entrenar... y se me pasó todo por alto. Disfrutas más desde casa viéndolo por la televisión", afirma El Chino, mientras su compañero cree que solo valoró el hecho de haber estado en unos Juegos con los años: "Allí pude hacerme una foto con Mohammed Ali y no quise. Iba a lo mío".

Aunque no se lo creyeran, ir a unos Juegos siendo amateurs y entrenando en A Coruña, tiene mucho mérito. "Como era un chico de peso, a veces no tenía ni sparring con el que entrenar", recuerda González, que cree que si hubiese nacido en Francia hubiese ganado medalla. Pone como ejemplo a Pascal Tayott, el que le cerró el paso al podio en Seúl y que después fue subcampeón en Barcelona. "Allí son todos profesionales... y aquí, entre entrenamiento y entrenamiento teníamos que ir a trabajar", critica. "Aunque al que le gusta el judo... no hay dinero que lo pague".