La campeona, la primera coruñesa en ganar el oro olímpico, ya está en casa. La maratoniana jornada de Sofía Toro Prieto-Puga comenzó a las cinco de la madrugada cuando tocó diana, tras apenas haber podido descansar después de acudir a la musical y muy british ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres.

Sofía levaba ancla y volaba desde Londres con destino a A Coruña y lo hacía disfrutando del viaje desde la propia cabina del avión. Con retraso aterrizaba en el aeropuerto de Alvedro. La esperaban alrededor de 300 personas.

Pero la regatista se hacía de rogar y cada vez que algún pasajero salía de la sala de recogida de equipajes se escuchaba un ¡Uy! al unísono. Un niño emocionado le decía a su madre que "la campeona olímpica" estaba en el avión y que le había "firmado un autógrafo". Pero, la tardanza de Sofía Toro tenía su motivo y el propio joven pasajero lo desvelaba contrariado. "Le han perdido la maleta a la persona más importante del avión", exclamaba. Como le pasó a Gómez Noya, la coruñesa tenía que reclamar el extravío de su equipaje antes del baño de multitudes. Allí, arengada por compañeros, familiares y amigos, con una pancarta que rezaba "Sofi Toro es de oro" la cambresa, muy emocionada, con la medalla dorada en el cuello, y con lágrimas en los ojos daba las "gracias" a todos por estar allí y reconocía que le resultaba "raro" no tener que ir a entrenar al día siguiente con sus compañeras. Sofía recogía un ramo de la mano del presidente del Real Club Náuticode La Coruña, Germán Suárez-Pumariega, y a hombros de su hermano Jano y de Miguel Fernández, llegaba hasta el coche para continuar con el tour de homenajes.

Toro, en un automóvil con techo descubierto, paseaba por las calles coruñesas con una sonrisa de oreja a oreja y seguida por una comitiva de coches que ponían la banda sonora a ritmo de claxon. Los más despistados, al darse cuenta de que era "la chica de la medalla de oro" se unían a las celebración. Al final de su paseo triunfal le esperaban en la sede del Real Club Náutico sobre 200 personas que volvían a animarla y a hacer sonar silbatos y bocinas. Suárez-Pumariega recordaba emocionado que "desde pequeñita iba a la escuela", y que era en este tipo de actividades donde "salían los campeones". "Lo que pasa es que hay que tener mucho dentro para ser campeón", reconocía el mandatario.

El presidente, que desveló que Sofía Toro será nombrada socia de honor del club, apuntaba que la vela había sido la disciplina en la historia de los Juegos que "más medallas había reportado a España" y que era un deporte "abierto a todo el mundo y nada elitista".

Mientras, Toro aseguraba que no pensaba llegar "tan lejos" en el torneo olímpico y esperaba que les hubiese "gustado la competición".

La última parada de la regatista en un día que para ella ya se acercaba a las 24 horas llegaba con el atraque en el puerto de María Pita, lugar del Ayuntamiento.

De nuevo a hombros y seguida por una gran y bulliciosa procesión llegaba al consistorio coruñés -hoy será el turno del de su localidad, Cambre-. Allí firmaba en el libro de oro de la ciudad y su hazaña en los Juegos Olímpicos era descrita como "un orgullo" para todos los coruñeses y "fruto del trabajo" por el alcalde Carlos Negreira, que le daba, además, las gracias, por "ser tan sonriente".

Ella, afirmaba que era "un honor" estar compartiendo una presea que era "para todos" y deseaba que su metal sirviese para que "más gente" se decidiese a "practicar vela" y se animase a "seguirla".

Finalizaba así un largo día para la coruñesa, quizá más largo que cualquiera de las miles de sesiones en el CAR de Santander con Ángela y Támara, pero tan gratificante o más por lo que suponía esa jornada. La consecución de un sueño, el triunfo de la constancia y de las ganas de superarse de un equipo que no puso límite a sus aspiraciones. Sin duda, ayer Sofía Toro se fue a dormir con una sonrisa en la boca, la misma que ha lucido todos los días de competición. La sonrisa de una campeona.