En medio de la conmoción que provocó la catástrofe del avión de Spanair, con la consiguiente y lógica crispación engordada -esto ya no es tan lógico- por un cúmulo de informaciones parciales, declaraciones apresuradas y velados reproches, las palabras de una de las supervivientes, la canaria Beatriz Reyes, nada más recibir el alta médica, han sido un bálsamo en medio de tanta tragedia. Habló con tal naturalidad y sentido común que sus palabras son dignas de todo elogio. Pocas veces he seguido con más agrado la vivencia personal de alguien que ha sido protagonista a la fuerza, sin quererlo, de un hecho del que crees que lo sabes casi todo porque la información ha sido abrumadora. De entrada, Beatriz Reyes se quitó todo el protagonismo, que podría haber monopolizado, rechazando la simple mención heroica, pues piensa que cualquiera hubiera hecho lo mismo en esas circunstancias. Con enorme sensatez expresó que sentía una inmensa alegría, porque podía contarlo, pero también una enorme tristeza por los que no pueden hacerlo. Ese llano y emocionado recuerdo a todas las víctimas, a sus acompañantes en el vuelo que no están junto a ella para hablar con los informadores, se completa por otro lado, y es también de lo más natural, con ese encantador agradecimiento a su ángel de la guarda, vivencia que posiblemente aprendería de su familia o de su colegio, pues en este tipo de sucesos siempre somos conscientes de que hay algo sobrenatural en destino de cada persona.