. n estos días de asueto disfrutando de la costa de Galicia me acerco a Estaca de Bares, donde se percibe aquella evocación de las ondas del mar maior de la que hablara el poeta Mendiño y donde se juntan y separan el Cantábrico y la mar océana.

Mucha historia marítima gallega cabe en Estaca de Bares, que es el sitio más septentrional de la península Ibérica, y que aparece en los mapas como una punta que se interna en aguas marinas. Dicen que por aquí pasaron comerciantes fenicios con sus naves y algunas fuerzas militares de Roma, venidas por mar, cuando el Senado encomendó a Octaviano Augusto cerrar de una vez las seculares e interminables campañas militares que la república romana mantenía en el norte peninsular, haciendo una pinza con las legiones venidas por tierra del interior de la meseta. También hay ecos legendarios de piratas normandos y corsarios anglosajones que entraban a saco y sin cuartel en las villas costeras; y aquí mismo, en la iglesia de Santa María, dicen que hubo hasta siete ocasiones en que los vecinos tuvieron que recaudar fondos por todo el reino de Galicia para reconstruir el santuario, de lo cual queda noticia documentada en los archivos parroquiales.

El puerto de Bares es pueblo marinero desde el que se llega hasta el mismo faro, construido hace ciento sesenta años, que se levanta a más de cien metros sobre el nivel del mar y que, aunque ha tenido diversas modificaciones del aparato luminoso, dispone de una linterna con veinticinco millas náuticas de alcance y de un diferencial GPS que lleva una década funcionando. Desde O Coido, que tiene una enorme escollera construida para proteger el puerto casi tres veces milenario, puede contemplarse una de las playas más hermosas de Galicia, abierta entre las puntas del mismo nombre y la de Almeiro: la Concha de Bares. Si se toma la pequeña carretera que deja el faro a babor y la bajada al puerto a estribor, se llega al antiguo edificio del semáforo que los viejos derroteros de la costa describían como edificio de buen asiento, habitado por vigías y ordenanzas, que ha sido restaurado recientemente y donde se encuentra un hotelito y un pequeño restaurante desde donde contemplar el panorama excelente; tanto a la banda de tierra con la bella ensenada de Bares en primer plano y la ría de O Barqueiro más al fondo, como por la banda de la mar hacia donde se percibe la isla Coelleira en la que también hay un faro que depende de los técnicos de Estaca de Bares y restos de un antiguo convento que fue de antiguo de la jurisdicción del Temple, que también por estas costas llegó a tener titularidades e influencias diversas. Pero en tiempos más cercanos, hace exactamente 66 años, tuvo lugar en estas aguas costeras un incidente bélico en el que el submarino alemán U-966, que perseguía a la flota mercante aliada haciendo labores de corso y que de aquella se aventuró a navegar en superficie por estas aguas, fue atacado por el Wellington, avión de la Royal Air Force, cuyas bombas provocaron el hundimiento de la nave quedando a merced de las olas una docena de supervivientes. Los vecinos, percatados del desastre, salieron al rescate de los náufragos incluyendo los cadáveres que pudieron recogerse. Pero estando el avión británico, en aquel momento, reconociendo los resultados de su ataque, surgieron en el cielo de Estaca los tres reflejos de plata de tres cazas de combate de la Luftwaffe que, presto, dieron cuenta del avión inglés cuyos tripulantes perecieron al caer, la aeronave envuelta en llamas, a la mar, de donde fueron recogidos para ser enterrados los fallecidos de ambos bandos en el camposanto de Santa María de Mogor, a corta distancia del acantilado.