La Guerra Civil Española lleva años sepultada en los libros de Historia; sin embargo, sus secuelas persisten todavía en el recuerdo de muchas de sus víctimas, y sobre todo, en el rencor de quienes consideran que los execrables errores cometidos por los vencedores han de ser correspondidos al cabo de tantos años con la venganza de los vencidos, sin importar que los verdaderos protagonistas permanezcan inexorablemente al margen de la polémica, sumidos en el objetivo e implacable silencio de los cementerios. Algunos serían capaces de exhumar a las víctimas del otro bando aunque solo fuese por el placer de fusilar sus cadáveres. No les basta con resarcirse con las novelas o con las películas que les hagan justicia. En la conmemoración de las grandes epopeyas espaciales, los españoles seguimos ajenos al porvenir, empeñados en no estudiar el pasado sin haberlo antes desenterrado.

Siempre nos hemos empeñado en buscar el cielo con un pico y una pala. A pesar de las apariencias exteriores, en cuanto a nuestro carácter hemos prosperado poco en todos estos años. Seguimos siendo el pueblo trágico y polvoriento que en la construcción de un edificio encuentra menos motivos de satisfacción que en su voladura. Es como si en un viaje, de las carreteras solo se nos diesen bien las cunetas. Podíamos haber convertido aquella guerra en buen cine, como hicieron otros países con sus guerras, pero nuestros guionistas y nuestros directores no creen que se pueda cerrar una herida cubriéndola con una simple sonrisa, sino sustituyéndola por una herida nueva. Nuestros cineastas se empeñan desde hace muchos años en dar con una fórmula que les permita convertir el rencor en expectación, y la venganza, en dinero, como hacen los intelectuales, escritores y periodistas que se ponen al servicio de una ideología y publican luego obras elaboradas con un odio pagado, es decir, nacidas de una venganza de encarga. La alineación profesional de sus ideólogos es el motivo de que en el cine español la guerra civil todavía no haya acabado, al mismo tiempo que la razón por la que las que registra en taquilla sean por ahora las últimas bajas de una contienda que ha sido al mismo tiempo una demencial atrocidad histórica y un sonado fracaso comercial. Ni los españoles de entonces se merecieron aquella guerra, ni los de ahora nos merecemos este cine. Como tampoco nos merecemos que a los españoles el perdón nos haga tanto daño como en su momento nos hizo el crimen.

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