Muchas veces esperé en vano a que una fulana me dijese de madrugada algo que, sin embargo, jamás pude escuchar: "No podemos seguir con lo nuestro sin ser contradictorios. Acabemos con esto de una vez. Solo si rompemos yo volveré a ser la mujer desdichada que buscabas y tú serás de nuevo el perdedor que me sedujo. Sé que lo entenderás, cielo. ¿Recuerdas la noche en que nos conocimos? Me dijiste: "Las cosas que hagamos juntos nos parecerá que fueron, sin duda, más hermosas si pasado algún tiempo las recordamos por separado". Así fue como empezó lo nuestro. Sin preguntas, sin expectativas... seguros de que la pasión que pusiésemos en aquella historia sería exactamente la que íbamos a necesitar para que el sudor de sus llamas nos ayudase luego a extinguir el fuego. Ambos sabíamos que por muy sincera que pareciese, no había en nuestros labios una sola promesa que no fuese fingida o infundada. Era evidente que ni mis cálculos entraban en tus cálculos, ni entraban tus sueños en mis sueños. ¿Y qué me dices del futuro que nos esperaba? ¿No fuiste tú acaso quien dijo aquella misma noche que el amor eterno es aquel cuyo doloroso fracaso se recuerda eternamente? Me prometiste entonces amarme todo el rato y yo te pregunté qué harías el resto del tiempo. ¡Bobadas, cielo! Nada es para siempre. Fíjate en los creyentes. En el caso de los creyentes ni siquiera la muerte es para siempre. ¿Habría de serlo el amor? No, claro que no. Creemos que durará mientras no se nos acaben las promesas, pero tú y yo sabemos que entre un hombre como tú y una mujer como yo no hay una sola promesa que no acabe inevitablemente en una disculpa. Ya no somos adolescentes y dentro de pocos años incluso nos colgará la piel de los pies. Hicimos cuanto pudimos por prolongar esto, pero, sinceramente, llega un momento en el que ni la pasión produce tanto calor, ni sabe el sexo mejor que la comida. Dejemos los sueños para los adolescentes. Que sean ellos quienes crean en sus propias promesas y se juren solemnemente que seguirán unidos hasta que la muerte los separe, seguros de vencer el hambre a dentelladas, convencidos de que por muy mal que les vayan las cosas sobrevivirán gracias a haber comprado con sus miserables ahorros una estúpida plantación de polvo. No es así en este caso. Lo nuestro solo fue unirnos persuadidos por la idea de que al construir algo así íbamos a necesitar cuatro brazos para destruirlo. Y también porque alguien me dijo en alguna parte que estabas deseando conocer a una fulana con la que pudieses romper a sabiendas de haber compartido con ella una de esas historias que solo suenan bien gracias a que terminan mal"...

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