Nunca encontré tan agradable el sexo como cuando, además de incontrolable, resultaba moralmente discutible y socialmente indecente. Sucede en esto lo mismo que con la fruta, que por lo general nos parecía más sabrosa cuando por falta de dinero no nos importaba correr el riesgo de robarla. Que L. se hubiese arrojado por mi culpa en los brazos de otro hombre me sirvió para desandar el camino de la decencia hasta estar de regreso en el mismo territorio amoral en el que la había conocido meses antes, en un momento de mi vida en el que mi idea de la higiene emocional era cambiarle de vez en cuando el remordimiento a la conciencia y la mierda a las manos. Su relación con otro hombre suponía que L. estaba ahora al otro lado de la tapia y representaba para mí el reencuentro con la vieja tentación de entender las normas como un simple e irresistible aliciente para quebrantarlas. A partir de ese instante me consideraba legitimado para recuperarla echando mano de mis peores mañas, con una mezcla de dignidad e indecencia, como el cazador que disfruta de cobrar una pieza tanto como de infringir la veda. También estaba seguro de que para ella, como para mí, lo verdaderamente atractivo de algunos edificios eran sus ruinas y sabía que en ese sentido el resurgimiento clandestino de lo nuestro iba a resultar tan escabroso, y tan emocionante, como si por las prisas del hambre cortásemos el pan con la mano de haber meado. Sentado como un reo frente a ella en aquel restaurante de Arousa mientras sonaba Dos en la carretera, recordé la noche en la que un mes antes de aquella cena ella me había reprochado por primera vez el mal camino al que nos conducía sin remedio mi buen comportamiento: "Creo que empiezo a perder interés en esto. Nos hemos estabilizado y no le veo sentido a que el placer ya no me produzca ninguna clase de remordimiento. A lo mejor es que estoy confusa. No sé ... Supongo que todo era mejor cuando lo nuestro rozaba la zoofilia y a veces hacías que me sintiese exquisita y al mismo tiempo sucia, como si mientras me abrazabas Dios hubiese dicho alguna grosería en mi oído. Tendríamos que solucionarlo. ¿Sabes?, ya ni siquiera conduces el coche como cuando sólo te enterabas de las señales al verlas en el retrovisor. Ya sé que no es eso lo que un día te dije que esperaba de ti, pero lo cierto es que echo de menos las noches en las que al volver a casa intentabas abrir la puerta con las llaves de otra mujer. Reconozco que tiraba piedras contra mi propio tejado pero era eso lo que realmente sentía... lo que probablemente no he vuelo a sentir. Creo que te apreciaba de manera más íntima y más sincera cuando por resultarme un extraño tenía la sensación de que incluso me eras infiel al acostarte conmigo. ¿No sería mejor dejarlo una temporada? Estoy segura de que veríamos las cosas de otro modo. Después tal vez recuperásemos el interés necesario antes de volver, igual que a veces nos tienta entrar en una iglesia en la que lleva varios meses suspendido el culto... Quiero que lo entiendas. Necesito volver a sentir lo mismo que sentí en aquel restaurante cuando al rato de conocernos cenando una noche en mesas separadas me enviaste por el camarero una nota en la que decías que en algunas historias de amor, como en muchas películas, lo mejor es lo que se malogra en la censura"...