No quiero decir que deteste la belleza, pero la verdad es que siempre me sentí más atraído por las mujeres con el rostro resentido por la inclemencia de un disgusto insuperable, diezmado por los estragos de la edad o con la expresión del rostro quebrantada por los prolongados efectos de algún vicio. Si entablé amistad con Ch. no fue porque me deslumbrase su nerviosa jovialidad, ni atraído por la delicada silueta de su cuerpo manido y sin embargo casi adolescente, sino porque intuí a simple vista que su sonrisa vagamente descreída era con toda seguridad la discreta tapadera de un pasado inquietante, la agradable fachada en la que se disimulaba la excitante ruina de una vida tenazmente destruida por el abuso de las drogas, una serosa emulsión de seborrea echada con un enema sobre un fluorescente vómito de anfetaminas. Yo aquella perdía tiempo al volante del coche y le encontré haciendo dedo en una carretera a las afueras de la ciudad. Vestía un suéter negro de sisas y minifalda de pana verde. Detuve el coche, alargué el brazo y le abrí la puerta desde dentro. Le pregunté si iba lejos. "Hasta donde llegues", contestó. Me gustó que no se hubiese marcado un destino. Tampoco yo viajaba a parte alguna. "¿Te importará parar si vemos una farmacia?", dijo. "Acabamos de pasar una", le advertí. "Esa no me sirve. Me conocen. ¿No me has mirado aún las piernas? Mis venas... fíjate en mis venas -miré de reojo sin perder de vista la carretera- ¡A que parecen las piernas de un muerto! Están bien hechas y cuelan en sitios con poca luz, pero tengo las venas quemadas? Es por la puta heroína. Estoy tan picada que tengo que ponerme las gafas de leer de mi madre para pincharme donde no lo haya hecho nunca. Te lo digo por si prefieres que me baje del coche". Metió la mano en un bolso de paja que me pareció demasiado grande para una chica tan menuda y sacó una papelina. "Solo te puedo pagar con esto -dijo- pero dudo que te interese. Tienes pinta de burgués. Los burgueses son muy amables conmigo. Suponen que soy una tirada. Un amigo de mi padre me preguntó hace poco qué cosas sabía hacer con la boca. Le sonreí. ¿Sabes?, tengo la dentadura tan limpia y tan sana como la primera vez que comulgué". "Eso fue hace poco...". "No sé... soy por lo menos diez años más joven que mis jodidas piernas. Mi madre dice que por qué no las tapo. ¿Para qué? ¿Qué diablos ganaría con eso? Sería como esconder doce quilos de mierda en la bolsa del pan. ¿Qué asquerosos pensamientos escondes tú debajo de esa jodida apariencia burguesa? No me contestes si no quieres. Tampoco lo digo para que te ofendas. ¿Dirías algo de mi pelo? Dicen que la heroína jode el pelo, pero la verdad es que, aunque soy bajita, a mí la droga solo me destruye de cintura para abajo, como hacen las termitas con las peanas de los santos". "Verás -le interrumpí- ni soy un puto burgués, ni me importa un carajo que tengas las venas de esparto. No me utilices para compadecerte. Es tu vida y no me incumbe. Me conformo con que tus jodidas piernas no me pudran la tapicería del coche. Te llevaré a una farmacia, al tanatorio o a la playa más cercana, lo que prefieras, pero quiero que sepas que ni me excitas, ni me conmueves. No soy como ese amigo de tu padre y me trae sin cuidado lo que seas capaz de hacer con tu boca. Es tu problema si sobrevives a costa de masticar tus propios dientes. Para mi solo eres un poco de cartón envuelto en una falda de pana verde. A la derecha hay una farmacia. Si te sirve...". Arrimé el coche al arcén. Ella se puso unas gafas de sol y prendió un cigarrillo. Después inclinó la cabeza, frunció el bolso tirando de una correa y bajó el tono, como si esperase que su voz fuese incluso un secreto para su boca. "¿Deseas que baje? Siento haberte enfadado. No era mi intención. Detesto las farmacias. Las necesito, pero las odio. ¿Por qué no estarán más lejos? ¿Por qué será que siempre están a mano las cosas que no tendríamos que tocar? La verdad es que esperaba llegar más tarde. Contaba con que anocheciese por el camino. ¿No te ocurre a ti que la oscuridad es como si te protegiese de cualquier peligro? Falta poco para que oscurezca. Por la hora que es y por la velocidad a la que conduces podría jurar que la noche está a cuarenta quilómetros de aquí. No insistas para que me baje del coche, por favor. Finge no haber visto esa farmacia y sigue adelante. Tú decides, pero puedo asegurarte que soy la chica más hermosa que existe a cuarenta quilómetros de aquí. Quiero que sepas que ni te odio, ni voy armada. A mi lado solo yo corro peligro..."

jose.luis.alvite@telefonica.net