No sabría decir si me siento orgulloso de aquello o si por el contrario habría valido la pena evitarlo. Puede que sea bueno recapacitar sobre el pasado, pero la verdad es que a mí siempre me pareció que la vida es un viaje en el que mirar por el retrovisor puede que solo sirva para perder de vista lo que se te viene encima por delante. Poco importa lo que hayas hecho si la peor consecuencia de aquello fue algo de pasajera humedad y una mancha difícil de distinguir entre las otras manchas de la tapicería del coche. Salvo que por su culpa enfermes o te enamores, el sexo raras veces deja secuelas insalvables. Ninguna de esas cosas me ocurrió en mi relación con Ch., así que ahora recuerdo aquel asunto como uno de tantos y podría decir que, como en otras ocasiones parecidas, en el momento de ocurrir lo consideré legítimo y justificado, incluso diría que inevitable, y que actué como me lo pedía el cuerpo, sin desconfianza y sin precauciones, igual que un perro con hambre que solo piensa en cada pedazo de carne que tiene en la boca, como un criminal que pierde la noción del peligro tan pronto acaricia con las manos el botín. A los creyentes suele asaltarles en estos casos la voz de Dios y sufren las consecuencias morales de sus actos al instante casi de cometerlos. No fue mi caso. Hice aquello y volvería a repetirlo porque en situaciones así lo más parecido a la voz de Dios que escucho en mis oídos es el aliento de la mujer que jadea aterida de lujuria entre mis brazos. Y si me rehice enseguida y le ayudé a vestirse, no fue porque sintiese asco, decepción o remordimiento, sino porque sabía que a los sitios en los que jamás me buscaba Dios llegaba con increíble facilidad la Guardia Civil de Tráfico. Desanduve el camino hasta la ciudad y ella se apeó del coche en el mismo lugar en el que a última hora de la tarde la había recogido. Nos vimos después varias veces antes de perderle definitivamente la pista, pero lo nuestro nunca volvió a ser lo mismo. Supongo que su vida la llevó por otros caminos igual que a mí la mía me llevó a otros sitios. También es cierto que una noche la vi acompañada de otro hombre y pensé entonces que yo para ella solo había sido un regazo en el que mezclar el sexo, el hambre y el almuerzo. Estuve tentado de buscarla de nuevo al volante del coche en las salidas de la ciudad pero desistí porque supuse que ella habría perdido el interés en mí y también, sinceramente, porque estaba en racha y llevaba semanas ensuciando el coche con las escarapelas de manchas nuevas. Si ahora recuerdo aquello es porque fue a su lado como descubrí que al quemarla con el aliento del sexo, incluso la mierda huele a veces como el incienso. Y también porque al pronunciar su nombre siento como si se me resecasen en los labios, igual que cuajarones de pana, las venas correosas de sus piernas. Alguien que le vio me dijo años más tarde que había ganado unos cuantos quilos y estaba más atractiva que nunca. A lo mejor se salió de la heroína y rehizo su vida. Me alegraría que fuese cierto, aunque su nueva vida la alejase para siempre de mi lado. No importa. En realidad me atraen más las mujeres destruidas, aunque solo sea porque en el coche de un tipo como yo siempre desentonaron las manchas limpias?

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