Cada vez me recuerda más, y para gran regocijo mío, al P. Bartolomé de las Casas, el defensor y apóstol de los indios (americanos) y a quien la escritora chilena Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, calificó de "honor del género humano". Contra cuantos defendían la legitimidad de la guerra contra los indios; contra quienes consideraban a los indios "esclavos por naturaleza" -con lo que se les podía esclavizar- o, cuando menos muy inferiores, en humanidad, a los españoles -el adversario de Las Casas, un tal Sepúlveda, llegó a describirles como "aquellos homúnculos en los que apenas encontrarás vestigios de humanidad"-, alzó su airada voz el fraile dominico. Todos los hombres, indios, judíos, musulmanes, cristianos, son libres por naturaleza. Y nadie puede reducirles a esclavitud, ni robar sus bienes, ni deponer a sus príncipes. Consecuentemente, si los españoles no devuelven a los indios cuanto les han robado -príncipes, propiedades, libertad- tienen los indios el inalienable derecho de sublevarse, de hacer la guerra a los españoles "hasta el día del juicio" (final).Y, en la creación y defensa del derecho de gentes, del Derecho Internacional -también trabajó en ello otro dominico, el P. Vitoria, aunque éste, más bien timorato, al no estar en América, no pudo vivir los crímenes de toda laya que los españoles cometían con los indios-, viaja, una y otra vez, a España, acude al emperador Carlos V, participa en agrias discusiones con teólogos y filósofos, y escribe obras inmortales como Del único modo de atraer a los pueblos a la verdadera religión, Historia de las Indias, Brevísima relación de la destrucción de las Indias?

El juez Baltasar Garzón constituye, también, "un honor del género humano". Como Las Casas y Vitoria en su tiempo, se ha convertido, también a nivel mundial, en el denodado paladín de la Justicia Universal -basada ésta en el Derecho Internacional y en los Derechos Humanos, sancionados por la ONU-: una justicia que pueda defender a los inocentes y perseguir a los delincuentes, en todos los países del mundo, allanando fronteras, remontándose regímenes políticos, y afirmando, una vez más, ahora como entonces, la unidad y la dignidad del género humano, como inviolables.

Nada extraño, pues, que sea hoy Baltasar Garzón el juez más célebre del mundo. Más apreciado fuera que dentro de su patria (aunque aquí también). Poco menos que idolatrado por los chilenos a cuyo tirano Pinochet tuvo arrestado en Londres durante dos años y a quien hubiera procesado de no haberle abierto los brazos la dama de hierro, la criminal de guerra de las Malvinas, Margaret Thatcher, y de no haberle declarado tullido (una farsa) sus médicos. Amadísimo por las atenciones que tuvo con las Madres de la Plaza de Mayo, de Buenos Aires. Querido y deseado, en toda Hispanoamérica, como un nuevo Don Quijote, desfacedor de entuertos, protector de huérfanos y viudas, reparador de las injusticias, amparo de los desamparados?

También hay, en su España, quienes le estiman y alientan. Leo, con frecuencia, en la prensa higiénica, conmovedoras palabras de gratitud. Las últimas, las de una madre que le agradecía el que, con la operación Nécora, hubiera dado casi un tiro de gracia al narcotráfico en las rías gallegas. Las penúltimas, las de un señor que le felicitaba por el acoso y derribo que ha desenvuelto con ETA, Herri Batasuna y sus aledaños. El caso GAL, como terrorismo de Estado. El caso Gürtel... Bien se le podrían aplicar aquellos sublimes versos de Goethe: "Yo un luchador he sido/. Y esto quiere decir que he sido un hombre".

Pues, pese a su hercúleo trabajo, pese a su denodada apuesta por la justicia, ya está media España soñando con una gigantesca fogata, ante la sede del Tribunal Supremo, de Madrid, para quemar y expulsar de la Audiencia Nacional al eximio juez por haber tenido el arrojo de investigar, en aras de la ley de memoria histórica, los crímenes del franquismo, crímenes contra la humanidad y, por consiguiente, imprescriptibles.

¿Y quiénes le acusan? Falange Española de las JONS, el sindicato ultraderechista Manos Limpias, cuyo dirigente, Michel Bernard, ya lideró Fuerza Nueva, y una asociación, no menos fascista, Libertad e Identidad. No se saciaron aún con la sangre derramada. Es como si los neonazis pidieran la cárcel para los jueces de Nurenberg. ¿Y qué dicen los jueces, ante semejante despropósito? Pues han aceptado juzgarle por un delito de prevaricación (eminentes juristas niegan, rotundamente, que se haya dado tal delito). Y lleva el caso, con el máximo celo, el magistrado pontevedrés Luciano Varela, que, en su auto, más que luz, expande oscurantismo, valiéndose de un lenguaje críptico, fraygerundiano, hermético, casi indescifrable?Nada singular que, alguien, recientemente, reclamara que a los jueces y magistrados se les obligara a estudiar una asignatura denominada Ideas Claras y Distintas -por imperativo de Descartes-, otra, Sentidiño o Seny -a petición de gallegos y catalanes, respectivamente-, y a leerse y a estudiar la obra completa de Azorín. Pues al magistrado Varela aún le alienta la magistrada Margarita Robles, que debe odiar a Garzón más que a la sarna. Lo paradójico es que estos dos magistrados sean miembros de la benemérita asociación Jueces para la Democracia y que todavía no hayan sido expulsados de ella. Que con Garzón se ensañen magistrados que juraron fidelidad a Franco y que no hayan abjurado todavía de ella se comprende, aunque sólo hasta cierto punto (aquí no se desfranquizó la Magistratura, ni el ejército, ni la Universidad, tal como se desnazificaron, sólo en parte, tales instituciones en Alemania, después de la II Guerra Mundial).

Pero Baltasar Garzón no está solo. Con él están, entre otros, los partidos de izquierda; Amnistía Internacional; intelectuales y escritores como Juan Goytisolo, Caballero Bonald, Manolo Rivas; magistrados y juristas del ancho mundo y de fama internacional como el chileno Juan Guzmán que, por dos veces, juzgó a Pinochet; Carla del Ponte, ex fiscal de la Corte Penal Internacional; Eugenio Raúl Zaffarini, presidente de la Corte Suprema de Justicia de Argentina que derogó las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida que intentaban amnistiar a Videla y a sus esbirros y que no ha vacilado en afirmar: "España trata de ocultar crímenes contra la humanidad".

En 1958 publicaba don Antonio Buero Vallejo su espléndida obra Un soñador para un pueblo, en la que exaltaba la figura del marqués de Esquilache, excelente ministro de Carlos III, empeñado en civilizar al pueblo, en abrirle caminos a la Ilustración. Pero las masas populares, manipuladas hábilmente contra sus propios intereses, por la nobleza, el clero, los latifundistas, organizaron un motín contra él, y el rey hubo de apartarle del Gobierno.

No permitamos que algo similar acontezca con Baltasar Garzón. ¡Salvemos de la hoguera, del ostracismo, de la defenestración al juez Garzón! Y no sólo por altruismo, que también. Pero incluso por egoísmo. Pues, como, sabiamente, escribió Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". Salvando al juez Garzón, salvamos a la justicia, columna vertebral de toda sociedad abierta, salvamos a la democracia, y salvamos nuestra libertad y nuestra dignidad.