Desde los círculos monopolísticos regionales, voceros oficiosos tratan de producir ruido por ver si les cae la sede central de las cajas gallegas al amparo de la que califican lucha soterrada entre los alcaldes socialistas de La Coruña y Vigo. Los centralistas ofrecen sus reales, porque "están al margen de guerras localistas". Es decir, quieren beneficiarse del invento, como si el localismo tuviera algo que ver en el ámbito financiero. Acostumbrados a la debilidad de Albor y la permisibilidad de Fraga, les ha surgido una epifanía repentina para el yantar mercantil. Formulan llamamientos a las "fuerzas vivas" propias para que se pueda engrosar, todavía más, el acantonamiento institucional. Igual sucede con el último ciclo de Medicina, cuando hace unos días fue firmado el pacto de los rectores y la Xunta. Con este acuerdo y la aplicación del Plan Bolonia, a partir del próximo curso académico se pondrá fin al gaudeamus de la exclusividad. Ítem más, la Facultad de Medicina de Santiago está saturada, por lo que no se justifica una postura tan localista. Según el catedrático de Anatomía D. Francisco Javier Jorge Barreiro, "se realiza la ampliación de alumnos sin una aportación de medios". La enseñanza superior es cara, pero no puede ser clasista o como hasta ahora, al alcance de los pudientes periféricos. Pronto, la Facultad de Medicina estará en los campus de La Coruña y Vigo, entre otras razones porque tienen fe en ella. Por tantos motivos, resultan anacrónicas las voces lugareñas de amanecida de los apóstoles del pensamiento de vanguardia que, con su presbicia, no responden al ecumenismo compostelano.

A don Francisco Vázquez, ex alcalde de La Coruña y embajador, hasta la fecha cerca de la Santa Sede, le pierde su torrente verborreica, inconsustancial con el desempeño diplomático. Hace un par de años, nos sorprendió cuando se atribuyó haber sido el sugeridor del nombramiento de César Antonio Molina como ministro de Cultura. Ahora, según se deduce de sus manifestaciones, ha sido la palanca para que el Papa viaje a Santiago a finales de año. Su locuacidad evidencia la falta de tacto en su quehacer y el desdén por la calidad de su alta misión ante un Estado caracterizado por la suprema discreción. En su obra Diplomacy, Sir Harold Nicholson señala que la principal cualidad de un diplomático es ser veraz y "tener exquisito cuidado, para evitar sugerir algo falso o suprimir la verdad".