En cierto laicismo hay algo del antiguo bebedor que aparta bruscamente la botella. Si descosemos del calendario el santoral, las fiestas religiosas, los ciclos de la Luna, los consejos para la siembra, etcétera, ¿qué nos queda para pautar el tiempo? Sólo una sucesión de números, en negro y en rojo. En los antiguos tacos del calendario, con una hoja por día, figuraba todo. En el Calendario Zaragozano, que aún se encuentra en los alrededores de los mercados, está además la predicción meteorológica para todo el año, con una notable media de aciertos. En las escuelas debería enseñarse el sentido de los días, o sea, lo que significan a tenor de la astronomía las fiestas, los meteoros, los jalones rituales, los ciclos de la naturaleza. La Semana Santa concentra un cúmulo de símbolos que el laicista serio no debería obviar, ni el creyente serio reducir al lenguaje temático de su propia fe.