Como soy un fumador empedernido, no mido la vida por el tiempo sino por los cigarrillos, igual que ajusto mis textos echándole un vistazo a las colillas acumuladas en el cenicero. Si a alguien se le ocurriese calibrar la importancia de mi trabajo, yo le sugiero que en vez de preguntarse cuántas páginas he escrito, se ocupe mejor en averiguar cuántos cigarrillos me he fumado. En mi casa se sabe cuál es la habitación en la que escribo porque aunque estuviese vacía, sería la única en la que fuesen marrones las paredes blancas. Al reincorporarse al trabajo después de su día libre, el barman Tino Landeira sabía por el tabaco de la basuras cuánto tiempo había estado en El Corzo la noche anterior, calculando a razón de seis cigarrillos por hora, que es mi velocidad de crucero tragando humo. Algunas mujeres con las que tuve algo que ver jamás me reprochan mi vida discontinua, ni mi falta de insistencia, pero en el momento de romper me advirtieron que el dolor que pudiese haberles causado a su corazón no era nada comparado con las quemaduras que les había dejado en la cama. Mi amigo el actor Pancho Martínez fue colega de copas durante muchos años de madrugada entre el humo del tabaco en los bares de la ciudad. Una mañana nos cruzamos en una calle de Compostela y dudó si saludarme. La mañana estaba limpia de nubes y Pancho me dijo que al no haber humo entre nosotros le costaba reconocerme. Fue un encuentro un poco frío, distante, casi como de dos tipos que se hubiesen equivocado al creer reconocerse. Nos encontramos aquella misma noche en El Corzo y nos dimos el abrazo fraternal que nos habíamos negado apenas doce horas antes. A Pancho no le faltaba razón. Si lo has conocido en el fondo del mar, será difícil que identifiques en la calle al buzo que pasea sin su escafandra.

Se me consume el cigarrillo que prendí al empezar este texto y lo acabaré a tiempo de aplastar la colilla en el cenicero. Solo me falta añadir que la última vez que me miré los pulmones en la consulta del médico, el tipo al saber que era tan fumador no me dijo "tosa" para afinar en la auscultación. Se limitó a decirme: "Por su tos ya veo que es usted un fumador consumado, de modo que para auscultarle, y sin que sirva de precedente, le pediré que haga un esfuerzo para no toser". Después me presté a unas placas que el médico miró con austera indiferencia y apostilló con un comentario que me llenó de felicidad: "Supongo que lo que hay detrás de esa nube son los pulmones sorprendentemente sanos de un fumador de cinco cajetillas diarias que lleva camino de convertirse en un cadáver empedernido". Fin del artículo. La colilla es ese gusano que apenas asoma por debajo de la firma. Si esperabais algo mejor, será mejor que los busquéis en el humo.

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