Cerca de un centenar de periodistas murieron asesinados el año último, según datos facilitados por Reporteros sin Fronteras. A este récord no son ajenos los países de nuestra habla común, incluso aquellos abrumados por el psicoanálisis y la pseudointelectualidad. Brasil, Colombia, México, Honduras, Venezuela, Nicaragua, Argentina, Ecuador, Bolivia, Cuba, Guatemala, El Salvador, etc., registran un variado repertorio de asfixias económicas y de actos violentos, sin que se haya detenido a un solo sospechoso. Entre lo anecdótico, anotamos que Evo Morales lo mismo ordena encerrar a los reporteros que los obliga a levantar el puño cerrado en las conferencias de prensa. El nicaragüense Ortega quiere opiniones unánimes y proyecta un código especial, para que los periodistas "no mientan y luchen contra el imperialismo". África y los países árabe-asiáticos son un largo infortunio para la información. Por eso merecen general reconocimiento que, quienes fueron testigos directos y han hecho de su vocación profesional una aventura, ofrezcan públicamente su testimonio. Tal es el caso de Rosa María Calaf, corresponsal, que fue de TVE en México, EEUU, Cono Sur, Moscú, Roma, Pekín y en ese fascinante laboratorio del capitalismo moderno, Hong Kong. Conferenciante, en la Fundación María José Jove, habló sobre los problemas de la infancia en lugares de conflicto y de presente incierto. Rosa María Calaf es, sobre todo, una periodista ilustrada, en la que la ética tiene su esencia misma en la cultura. Posee, además, ese instinto de observación que le permite apartarse del dato contingente o de la anécdota trivial. Conocedora profunda del lenguaje televisivo, nunca buscó la frase perfecta ni el malabarismo formal, sino la credibilidad. En su dilatada trayectoria, jamás se dedicó a cubrir la noticia. Su tarea fue divulgarla, como exige la profesionalidad que no entiende de tutelas. Con el rigor del sociólogo y la vehemencia del militante, Rosa María adornó siempre sus intervenciones con gravitación científica e informativa, rara avis en el ámbito televisivo, donde la información vive, a veces, esclavizada por las imágenes disponibles. Siempre tuvo conciencia de que los periodistas son prisioneros de sus palabras, pero, sobre todo, de lo que los demás pretenden que las palabras digan.

En mi larga etapa como consejero de Información de la Embajada de España, en Buenos Aires, coincidí varios años con Rosa María Calaf y pude apreciar su alto sentido del Estado y su férrea voluntad de ser fiel a sí misma, manteniéndose siempre a prudente distancia de cualquier bandería política. Ahora, hemos celebrado el reencuentro y el hecho probado, que el periodismo es una carrera que conduce a todas partes, con tal de dejarlo a tiempo.