"La realidad tradicional en España ha consistido precisamente en el aniquilamiento progresivo de la posibilidad España. No, no podemos seguir la tradición. Español significa para mí una altísima promesa que solo en casos de extrema rareza ha sido cumplida? Lo que suele llamarse España no es eso, sino justamente el fracaso de eso. En un grande, doloroso incendio habríamos de quemar la inerte apariencia tradicional, la España que ha sido, y luego, entre las cenizas bien cribadas, hallaremos como una gema iridiscente, la España que pudo ser".

(Ortega)

"La angustia española de los subnacionalismos y los separatismos no tendrá alivio mientras los capítulos de agravios y dicterios no cedan el paso al examen estricto de cómo y por qué fue lo acontecido. El convivir de los individuos y las colectividades se basó en Occidente en un almohadillo de cultura moral, científica y práctica, pues en otro caso hay opresión y no convivencia. Castilla no supo inundar de cultura de ideas y cosas castellanas a Cataluña, como hizo Francia con Provenza y luego con Borgoña".

(Américo Castro)

Tras la Sentencia del TC y la manifestación del 10 de julio contra los recortes del nuevo Estatuto, los datos que arrojan las encuestas son inequívocos: en Cataluña, el independentismo va a más de forma imparable. Desde luego, caben matices, entre ellos, el estado de crispación del momento. Pero, por mucho que se quieran dulcificar esas cifras, el problema no sólo está ahí desde hace tiempo, sino que se ha incrementado considerablemente. No vale el carpetazo, tampoco, mirar hacia otro lado, sino afrontar el estado de la cuestión con realismo y, ojalá, con un mínimo de inteligencia. Y es que, entre los muchos problemas que tenemos planteados, uno, nada insignificante, es la ausencia de políticos de talla, de personajes públicos con visión de Estado.

De un tiempo a esta parte se viene hablando del desapego que se vive en Cataluña con respecto al resto de España. Y, desde el otro lado, se lanzan excesivos topicazos, cada vez más hirientes, contra esa comunidad que en muchos casos no son de recibo. Todo ello no significa -perdón por la perogrullada- que en el desencuentro que actualmente se vive no haya errores y responsabilidades de parte y parte. Pero, en cualquier caso, estamos obligados, una vez más, a esbozar de nuevo un proyecto de España en el que quepamos todos. Al menos, esto sería lo deseable para una parte nada desdeñable de la población catalana y también, según quiero creer, para la mayoría de ciudadanos españoles.

¿No sería, como mínimo, pertinente que alguien se plantease, por decirlo al orteguiano modo, "la posibilidad España" considerada como el conjunto de sus pueblos y tierras, en lugar de concebir a Cataluña como una parte del territorio que no quiere integrarse en el resto, si bien ese resto tampoco se interesa lo más mínimo por ella, más allá de esperar una solidaridad presupuestaria que no siempre se valora con magnanimidad?

Tras la última sentencia del TC, una de las cosas que más se debaten es el concepto de nación. Recordemos una vez más las palabras de Renán: "Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho juntos grandes cosas, querer hacer otras más; he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo... En el pasado, una herencia de glorias y remordimientos; en el porvenir, un mismo programa que realizar... La existencia de una nación es un plebiscito cotidiano". Y Ortega, partiendo de Renán, postula que la nación ha de ser "un sugestivo proyecto de vida en común".

Pues bien, esa "posibilidad España" está lejos de pasar por su mejor momento, al menos desde la transición a esta parte. La sentencia del TC habla de que la Constitución sólo reconoce una nación que es España, con lo que, al menos conceptualmente, invalida el famoso preámbulo del Estatuto catalán de 2006.

Lo que uno se pregunta, teniendo en cuenta que la tan invocada Constitución del 78 habla de "nacionalidades" y regiones, es de dónde proviene el término nacionalidades más que de "nación". Y, al hilo de esto, una cuestión para el debate consiste en plantearse si "la posibilidad España" no podría ser la suma de esas "nacionalidades" y "naciones".

Ya no estamos hablando de aquel momento de la España Invertebrada de Ortega, publicada en 1921, en la que según el filósofo, "Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho". Ya no es una Castilla, tampoco los tópicos más folclóricos de los que muchos renegamos, sino una "posibilidad España" en la que Cataluña, sintiéndose su ciudadanía tal como es, pueda formar parte de ese país sin ser una parte díscola o disconforme. ¿Tenemos que renunciar a que algo así pueda ser viable?

José María Ridao, en un reciente artículo publicado en El País, ponía de manifiesto, creo que muy razonablemente, que se hablaba mucho de nación y naciones, al tiempo que no se ponía el énfasis necesario en la necesidad de un Estado, un Estado que, desde mi punto de vista, tendría que reconstruirse incorporando los llamados sentimientos identitarios, sin que nadie se sintiese marginado.

Y es que el llamado problema catalán es también un problema español y España tiene que concebirse con Cataluña, con una Cataluña que no se sienta ahogada.

En 1978 se pactó algo que, en aquel momento, resolvió el problema. Creo que ahora procede buscar un nuevo acuerdo que tenga como horizonte, a un tiempo, no debilitar al Estado y también no ahogar a nadie.

Déjenme creer que entre demócratas algo así tiene que ser posible.