. n los carnavales de 1936 , informó la murga: "Piden toros en pueblo de Villabuena : para el año treinta y seis tendremos una muy buena".

Acertó en su metafórico mal agüero la musa popular que inspiró estos versos de canción protesta: "Vengan toros, vayan vacas; pero el pobre jornalero no gana para alpargatas". En gran parte de la llamada "piel de toro" no hay celebración patronal que se precie, si en el programa no figura el festejo taurino capaz de competir ventajosamente con los de los pueblos vecinos. Con los calores del verano coinciden los ardores taurinos que parecen anticipados en aquellos del Madrid moro, musicalizados en sonoros versos por Moratín: "En un caballo alazano -vestido de gala y oro, demanda licencia ufano- para lancear un toro un caballero cristiano". (La quintilla, según nos hacía comprobar nuestro maestro don Rosalino, podía recitarse comenzando por cualquiera de sus versos). De lejos pues, viene la tradición reiteradamente invocada estos días, en contra argumento de la decisión antitaurina del farruco parlament. El desvalimiento del mundo rural, reducido por la emigración, había puesto en remojo los fervores de los festejos taurinos que, a pesar de todo, resisten como significativa manifestación de cultura popular. Ojalá que se cumpla el pronóstico de los taurófilos y el gatuperio catalanista se convierta en un eficaz revulsivo de la fiesta, especialmente en Cataluña. Por lo menos, ya ha servido para que los expertos en literatura taurina nos hayan recordado las más interesantes figuras del género. Pueden decir lo que quieran los enemigos del mundo de los toros; pero son incomparablemente más y están mejor valorados los literatos a favor. Para negar los valores culturales de la llamada Fiesta Nacional, se ha dicho, como pretendida ingeniosidad, que cultura y tortura no se compadecen. Inconvenientes de tener el tejado vidrio: se les han recordado ejemplos más notables; especialmente el del aborto. Tremenda paradoja; algunos de los que dicen sufrir con la muerte violenta del toro en la plaza, no tuvieron en cuenta al favorecer la ley del aborto la horrible muerte del nasciturus que dicho en lenguaje calderoniano "tiene más alma"; aceptando la peregrina teoría de la ministra Aído que no lo considera ser humano (¿por qué?) sino simplemente un ser vivo, habría que exigir para el feto al menos el trato que reclaman para el toro. Y hablando de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, no viene mal recordar el caso del paleto que como juego burlón, se puso en la vacía cabeza una corona de espinas, símbolo de tortura universalmente reconocido.

A todos nos gusta presumir de pioneros. El señor Rivero ha recordado que Canarias ha sido la primera autonomía que ha prohibido las corridas de toros. En los años cincuenta del último siglo, se celebraba una corrida anual en la Plaza de Santa Cruz de Tenerife, si no digo mal, la única de las islas. En la organización del espectáculo participaba con entusiasmo el concejal Rivero, excelente persona y buen amigo. Fue famosa la capea de La Tora, de Garachico que según informó la autoridad competente al poeta festivo Nijota, no era vaca, que era un toro irregular. La decisión antitaurina del gobierno de las islas no va ser motivo de añoranzas.