La desgracia de ser un hombre fiel hasta la muerte es que sólo puedes tener un verdadero éxito sentimental mientras vive ella. Yo jamás he sido un hombre formal, ni un tipo fiel, así que me he permitido unas cuantas aventuras que me han dejado como saldo numerosas sensaciones encontradas. La conclusión a la que llego al cabo de tantas incidencias es que la mayoría de las mujeres que detestan la infidelidad suelen unirse en algún momento de sus vidas con hombres que tienen merecida fama de ser infieles. ¿Por qué hacen eso? ¿A que se debe que traicionen sus convicciones morales más profundas? ¿Será que, como dicen ellas, les tienta la idea casi misional de redimir de su mala vida al hombre mujeriego y desleal? ¿Con que intención real se acercan al tipo cuya compañía en teoría tanto desprecian? ¿Se acercarían al tipo infiel si no estuviesen seguras de que pueden ser víctimas de las emociones desatadas que en principio fingen rechazar?

Es difícil establecer una teoría sobre el comportamiento humano en asuntos como este. Ni todos los hombres infieles son iguales, ni en absoluto lo son tampoco las mujeres que se acercan a ellos. Además, ni ellos son tan sinceros como para descubrir sus emociones, ni ellas tan idiotas como para confesar sus verdaderos sentimientos. Si alguna mujer se acerca al tipo infiel pensando en redimirle, es casi seguro que perderá el tiempo. También es probable que acabe aficionándose a aquello que en principio pretendía evitar, como el psicólogo inseguro que acaba adoptando la actitud de su paciente. Conozco mujeres muy rectas en sus actitudes morales que por haberse acercado sin prevención alguna al tipo infiel e irreductible llevaron hasta el final de sus días una vida ruinosa y disipada, del mismo modo que un hombre muy estricto en sus comportamientos claudica ante la mujer de mundo y acaba moralmente más destruido que ella. De todos modos, las mujeres controlan sus vidas mejor de lo que lo hacen los hombres, probablemente porque la razón puede en ellas más que los instintos. La experiencia me dice que incluso en lo más bajo de su caída, la mujer tiene sobre el hombre hundido la ventaja de que conoce los motivos por los que se vino abajo y la manera de volver a levantarse. Ellas le llaman sensatez a lo que nosotros consideramos simple frialdad. Por eso cuando una mujer severa se relaciona con un hombre infiel y sufre las inclemencias de esa nueva manera de vivir, por lo general es capaz de tomar distancia y regenerar su vida, mientras que el hombre sólo se libera de la mujer fatal en el caso de que sea ella quien, en un acto de fría e inteligente arrogancia, se deshaga de él. El cine ha reproducido hasta la saciedad ambos modelos y la verdad es que en el duelo entre el hombre infiel y la mujer fatal, es ella quien lleva las de ganar. Los hombres somos bastante idiotas en esa clase de relación. Creemos que la mujer fatal está colada por nuestra personalidad arrolladora cuando lo cierto es que lo que ella siente por nosotros es algo que se extingue tan pronto como por la correspondencia del banco comprueba que al amor que nos une le quedan exactamente 15 euros y 24 céntimos para esfumarse sin remedio. ¿Estupor? ¿Sorpresa? ¿Desencanto? No, nada de eso. Si fuésemos listos, tendríamos que contar con que ni el hombre infiel tiene remedio, ni hay nada que justificar en la actitud de la mujer que se une a él con el falso pretexto de redimirlo. Como no podía ser de otro modo, me lo dijo de madrugada una fulana en un garito: "Las chicas buenas creen que son felices con las cosas decentes que les alegra contar. En realidad, cariño, lo que hace interesante la vida de una mujer son aquellas otras cosas que merece la pena callar".