Este año pasaré mis vacaciones en la Illa de Arousa. Solo en contadas ocasiones salí de Galicia para disfrutar mis días de descanso. La verdad es que nunca necesité ir lejos para tomar distancia. A quienes me dicen que se disfruta más poniendo mucha tierra de por medio, siempre les contesto que Galicia sería sin duda el sitio al que querría ir si por desgracia no me hubiesen parido aquí y viviese lejos. En el fondo es una suerte haber nacido en el lugar en el que me habría gustado nacer si fuese ruso, norteamericano o tailandés. Por otra parte, la mente va siempre más lejos que los pies, de modo que uno puede cambiar de país, de idioma, de nacionalidad, incluso de vida, sin otro esfuerzo que el de cerrar los ojos y pararse un rato a pensar. Mi viaje más largo, y el más apasionante, lo hice encamado a los doce años, repasando con poca luz un atlas mundial mientras convalecía de las paperas. Después he llevado siempre la vida de alguien que estuviese aquí de paso y no le importasen las habladurías, como un apátrida que se asoma por la mañana a la ventana de la habitación y mira la bandera que ondea en el mástil del hotel para saber en qué maldito país ha despertado. Si no fuese porque es en esta tierra donde pago mis impuestos, juraría que llevo la clase de vida que llevaría aquí cualquier extranjero que se hubiese encariñado con Galicia o no tuviese dinero para desandar el camino y volverse derrotado a casa. Gracias a conocer el lugar en el que piso, he tenido la suerte de que no me castiguen como a un turista y la ventaja de haber conseguido que mis convecinos me miren al menos con la clase de indulgente indiferencia que, de paso que le ignora, hace libre a un hombre. No soy un tipo muy dinámico, lo que se dice un hombre rompedor que da los pasos más largos que el suelo, pero, sinceramente, tampoco me he quedado nunca tan parado que me hayan meado en las piernas los perros. Ni me gusta quienes me gobiernan, ni creo que lo hiciesen mejor los que ahora se pudren en la oposición, y sin embargo, ¡qué demonios!, lo miro todo con cierta comprensión y condescendencia, no porque encuentre justo lo que hacen esos tipos, sino, maldita esa, porque toda una vida de paso en esta tierra me ha servido para entender que Galicia es en efecto un sitio distinto, un lugar en el que es en el fuego donde medra a menudo la semilla de los árboles, una bendita nación en la que la gente aún se retrasa para llegar a tiempo y en la que incluso la muerte se resigna a hacer cola en los hospitales. ¿Podría encontrar un sitio mejor para disfrutar mis vacaciones? ¿Habrá acaso en el mundo otro lugar en el que a los tipos que se suicidan arrojándose al mar desnudos los devuelva luego la marea recién afeitados y vestidos de domingo?

jl_quintela_j@telefonica.net