Así como hay periodistas especializados en el seguimiento a la fauna salvaje (ahí tenemos los espléndidos reportajes de National Geographic y de otras cadenas de televisión) hay periodistas especializados en el seguimiento a reyes, papas y otras notabilidades. Esa proximidad protocolaria les hace especialmente respetuosos con el objeto de su persecución, pero gracias a ella también les permite captar, cuando menos lo esperan, alguna instantánea sensacional o alguna declaración que luego ha de ocupar espacio destacado en los medios. Y ese es el caso de Paloma Gómez Borrero, periodista española que lleva muchos años dando noticia de las actividades de los Papas de Roma. Que yo recuerde ya ha enterrado por lo menos a cuatro de ellos y ahí sigue en la brecha. Tal es su persistencia, que yo asocio la voz de Paloma Gómez Borrero a los acontecimientos vaticanos de la misma forma que asocio la voz de Gracita Morales a cierta clase de comedia cinematográfica española. El otro día, durante el viaje en avión hacia Santiago de Compostela, le solicitó opinión a Benedicto XVI sobre la creciente disminución de la práctica religiosa católica en España. La respuesta del Papa no fue espontánea, porque las preguntas que van a hacerle los periodistas son presentadas con mucha antelación a la oficina de prensa del Vaticano y las contestaciones, por tanto, muy meditadas. Las palabras de Benedicto XVI no dejan lugar a dudas. A su juicio, en nuestro país "ha renacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto en los años treinta". La comparación es desafortunada. Los años treinta, en España, incluyen el fin (temporal) de la monarquía borbónica, el advenimiento de la Segunda República, y la guerra civil que desemboca en una dictadura militar que se define a sí misma como "nacionalcatólica". Fue una época trágica, de enfrentamientos sociales, políticos y religiosos, que afortunadamente no se parece en nada a la actual, excepto en los excesos verbales de algunos políticos y de algunos locutores de radio. La confrontación entre laicismo y catolicismo, en España, tiene una larga tradición, que ya ha sido muy estudiada. La agresividad de algunos sectores laicos contra el clero conoció episodios de extrema violencia en el siglo XIX y en el primer tercio del siglo XX, pero no es menos cierto que la influencia de la jerarquía eclesiástica en los asuntos temporales (la famosa alianza del trono y del altar) y los privilegios acumulados provocaron reacciones populares desmedidas. E igual de conflictivos resultaron los reiterados intentos para separar la Iglesia Católica del Estado hasta que la Constitución de 1978 pudo lograrlo pacíficamente, no sin reconocerle antes en el texto un papel preponderante en la sociedad. Desde un punto de vista objetivo, no puede quejarse la Iglesia del trato recibido estos años desde el Estado que subvenciona la mayor parte de sus actividades. Otra cosa es si todavía pretende imponer sus puntos de vista a la ciudadanía como si fueran artículo de fe. La tendencia a la secularización de la sociedad española, ahora mismo y en el pasado, no es muy distinta, ni más acelerada ni agresiva, que la que se da en otros países del occidente cristiano. Comparar la situación actual con la de los años treinta, como si estuviéramos a punto de volver a quemar conventos, parece un tanto exagerado. La secularización actual deriva en indiferencia. ¿Para qué vamos a quemar conventos si cada vez va menos gente a misa y los seminarios están casi vacíos?