La medianoche que separa el año viejo del nuevo deberíamos brindar con vino basto rebajado con agua y endulzado con miel, que era la bebida de libación en la antigua Roma, puesto que empezar el año el día 1 de enero es una invención de aquella ciudad-imperio, origen de una gran parte de las convenciones que utilizamos en cada instante de la vida, de un extremo al otro del planeta. En el calendario, como en tantas otras cosas, cientos de millones de personas somos extremadamente romanos.

Pero esta noche no cambia paso el año en todas partes. Si la celebran las amables gentes del bazar chino de la esquina será por cortesía y voluntad de integración, y porque a nadie le amarga una fiesta, pero su año nuevo cae entre finales de enero y finales de febrero, de acuerdo con las fases lunares. También oscila con Selene (a ellos les parecerá que oscilamos nosotros) el inicio del año hebreo, que antiguamente se establecía hacia el solsticio de primavera, coincidiendo con la huida de Egipto, y luego se pasó al otoño. En el calendario musulmán la cosa se complica aún más, y si el último cambio de año correspondió a nuestro 7 de diciembre, el próximo se aparejará al 27 de noviembre.

Ni siquiera en Roma el año empezó siempre el 1 de enero. El calendario más antiguo, que ya había calculado con alguna precisión el número de días del año y los había dividido en 12 meses, situó en primer lugar el mes de marzo, que recibe este nombre del dios de la guerra, Marte, y que era cuando se preparaban las campañas militares. Cuando estas se empezaron a preparar más pronto, se adelantó también el inicio oficial del año. Ello no quiere decir que si el 1 de enero del 2011 viajáramos en el tiempo 2.200 años atrás, fuéramos a parar a un primer día del año: el calendario oficial romano tenía desfases que corregía intercalando meses suplementarios de forma a veces arbitraria, hasta que Julio César encargó a sus astrónomos que afinaran el cálculo, y lo hicieron tan bien que no hubo ningún retoque hasta al cabo de quince siglos, con la reforma gregoriana.

Celebremos pues el cambio de año conscientes de que es una materia sumamente opinable y, en nuestros lares, descaradamente romana. Como tantas otras certezas. Y con el deseo de que sea mejor que el pasado, lo que no debería ser muy difícil.