Nuestra receta navideña, no exclusivamente gastronómica pero también, consiste en gastar como si nada. Donde antes había entusiasmo derrochador, este año habrá desesperación, pero la furia consumidora debe ser indistinguible. No ahorre ni un euro, puede ser su última oportunidad de quemarlos. Los norteamericanos nos hundieron en la ruina, y también ellos han inventado el concepto de severance economy o economía de ruptura. Describe el comportamiento heroico de quienes utilizan la indemnización por despido para mantener intacto el tren de vida que desarrollaron en tiempos de euforia económica. Equivale a la ruleta de practicar el sexo como si no hubiera enfermedades de transmisión sexual, pero ha llegado un momento en que el pesimismo es más dañino que los virus.

La economía de ruptura, o gasta como quieras, se adapta especialmente a la geografía navideña. Se necesita mucho candor para burlar a la policía de la austeridad y desperdiciar unos euros en productos sin sustancia. Sin embargo, la temeridad de fundir los ahorros para mantener la ficción de la opulencia es el manifiesto más radical en favor de la temporalidad de la catástrofe económica. Por no hablar de la fe democrática en el desenlace de una crisis sin vencedores ni vencidos. Y si ninguno de estos argumentos te convence, gasta porque no hay marcha atrás. Nuestro dinero lo perdieron otros antes, sin darnos opción ni pedirnos opinión.

Con todo, la estación navideña no puede degenerar en una proclamación de la irresponsabilidad. La economía de ruptura cursa con arrepentimiento. Finalizada la borrachera, desearemos haber recortado antes los dispendios. Sin embargo, los adeptos de la severance economy admiten que solo esa carrera hacia la insolvencia les permitió preservar la cordura. Por una vez, nos apuntaremos a la solución más peligrosa. Estas navidades solo se puede pecar por defecto de materialismo, ya fomentaremos los valores espirituales cuando salgamos de ésta. Gasta como si no hubiera un mañana, quién te dice que lo habrá.