. l vecindario de Corrubedo, en Ribeira, está en pie de guerra. No quieren que les cierren la sucursal de la antigua Caixa Galicia, la unidad entidad financiera que hay en el pueblo y que les presta un servicio para ellos esencial. Sin ella tendrán que acudir a la capital del municipio para las operaciones más habituales, como cobrar sus pensiones, sacar dinero de sus cuentas o pagar los recibos mensuales, con lo que eso supone de gasto, de incomodidad y trastorno para una población en su mayoría de gente mayor y de salud precaria.

La oficina de Corrubedo es una las que se cerrarán como consecuencia de la fusión de las cajas gallegas, pero no por culpa de la duplicidad de las redes, sino porque a las que queden ahora en lugares donde sólo había una se les exige un nivel de rentabilidad que en muchos casos no se alcanza. Es probable que, sin integración, ese tipo de cierres se habrían acabado por producir igualmente, antes o después, si bien el nuevo escenario los acelera, aportando además un argumento de fuerza mayor, que no siendo los directamente afectados, parece que nadie se atreve a discutir.

Si uno recorre la geografía gallega verá que en muchas localidades, tanto del interior como de la costa, o no hay ninguna o hay una única entidad financiera, que, salvo raras excepciones, es una caja de ahorros. Están allí desde hace muchos años. Fueron abiertas en su día por las entidades que con el tiempo acabaron integrándose en Caixa Galicia o en Caixanova. En no pocas ocasiones la decisión de abrirlas no respondía tanto a la existencia de un mercado potencial atractivo como al grado de influencia de algún político en la entidad de que se tratase. En ese contexto, la oficina bancaria era un servicio más que un buen alcalde debía conseguir para su pueblo.

Haciendo memoria, veremos que los cierres de oficinas en determinadas zonas de Galicia no son algo nuevo. Vienen produciéndose desde hace años como efecto colateral, más que de las sucesivas fusiones, de un claro viraje en el modelo de negocio de las cajas, el que les llevó a olvidarse en gran medida del servicio público para el que habían nacido, buscando una maximización de sus beneficios con aventuras especulativas que a la mayoría de ellas las abocaron al proceso de estructuración en que anda metido el sector.

Hace tiempo que las cajas empezaron a actuar en ciertos frentes como auténticos bancos. Ya no tienen corazón. Han vendido su viaja alma benéfico-social al capitalismo puro y duro. La bancarización por tanto no va a suponer un cambio tan sustancial como algunos creen, al menos desde la perspectiva de su clientela, de la gente de la calle, que en su gran mayoría no sabría explicarnos en qué se diferencia su caja del banco de la esquina.

El interés más desinteresado, rezó durante años el eslogan publicitario de la Confederación Española de Cajas. Aquel mensaje sustanciaba muy gráficamente la filosofía de unas entidades financieras singulares cuyo principal interés no estaba en mejorar cada año su cuenta de resultados, en obtener crecientes beneficios como un objetivo en sí mismo, sino en cumplir unos determinados fines sociales, entre los cuales estaba la prestación de una serie de servicios básicos a un segmento de clientela (economías familiares modestas, autónomos y pequeño negocio, etc.), que por los escasos recursos que maneja no resulta atractiva para los bancos.

He ahí uno de los efectos más preocupantes que puede conllevar la dichosa bancarización, sumada a la concentración de las cajas. Unos cuantos miles de gallegos, de economía modesta, no van a tener quien atienda sus necesidades financieras básicas o les ofrezca las prestaciones más elementales. Aunque sean de fiar, solventes y ahorradores, no son negocio. Simplemente no alcanzan el umbral mínimo del interés, o sea, no interesan como clientes.

fernandomacias@terra.es