PP y PSOE sólo coinciden en afirmar que España es de derechas, y también en eso se equivocan. Según las encuestas sobre alineamiento ideológico del CIS en su barómetro mensual, la escala de uno -izquierda- a diez -derecha- muestra una densidad en la zona progresista que casi triplica a la población en el área conservadora, en la relación de 35 a 14. Una primera conclusión establece que el centro dista de ser en España una ubicación geométrica, para gravitar como mínimo hacia la socialdemocracia. Además, los socialistas pueden ganar unas elecciones únicamente con el concurso del centroizquierda. En cambio, a los populares no les basta con el centroderecha.

Rajoy admitió públicamente esta limitación de los caladeros del PP tras su segunda derrota electoral, consciente de que necesitaba atrapar a un millón de votantes que se autodefinen como progresistas.

En España, el centro es de izquierdas. El líder conservador se olvidó pronto de la evidencia, para seguir aporreando las bodas homosexuales o el Estatut. Se argumentará que los populares aventajan holgadamente a los socialistas, con márgenes por encima de los diez puntos y sin apearse de sus creencias. Sin embargo, hay sondeos en que la derecha sólo sube un 3% desde 2008, y a pesar del derrumbe económico. La diferencia se nutre de una caída del PSOE por encima del 15%. Los socialistas se han derrumbado, a falta de averiguar sobre quién. ¿Se mantendrán silenciosos estos desertores de aquí a 2012 -de momento no han caído en las redes de IU ni UPyD-, y en especial el día de los comicios?

El silencio de la izquierda es imprescindible para una victoria popular, lo cual conduce a la segunda conclusión de una España con el centro desplazado. El PP ha de sosegar a sus antagonistas -la democracia es el gobierno de la mayoría expresada-, en tanto que el PSOE puede dar voces sin importarle la movilización del rival. Se permite enardecer a sus huestes sin desgastarse. El brusco giro del 14- M, con unas elecciones ganadas en la madrugada de la jornada electoral, no se explica únicamente por las mentiras del ejecutivo tras la matanza de Atocha. Una recuperación con esa agilidad exige una energía potencial impresionante, polarizada en torno a un germen catalizador. En la enfermedad, Rafa Nadal es tan inservible sobre la pista como un ciudadano cualquiera. La recuperación de ambos devuelve a la diferencia real.

La asimétrica distribución ideológica de los españoles modera las tentaciones ultraconservadoras del PP, que no hallarían acogida ni entre sus votantes. Los populares se atribuyen la rehabilitación de la extrema derecha para los cauces democráticos, cuando es más cierto que sentirían un notable vacío si les abandonaran los sectores ultramontanos. El corrimiento de los españoles a la izquierda se mantiene estable con independencia de la crisis y de los avatares del Gobierno. Por tanto, no se asiste a un desfallecimiento de las creencias socialdemócratas, sino a un hundimiento de la marca PSOE. En lenguaje turístico, la mala experiencia con una compañía aérea o un hotel no cancela la urgencia de viajar.

España no es de centro, salvo que sus habitantes muestren una singular desorientación ideológica. Sin caer en las parodias y paradojas de Berlusconi, el PP se verá obligado a aflojar sus vínculos con el episcopado y otros lobbies ultraterrenos, en un país con una propensión izquierdista que envidiarían los escandinavos. A Aznar le funcionó como señuelo su adicción proclamada a la figura y textos de Azaña, que leía en catalán en la intimidad. En su reto actual, los populares funcionan de momento al estilo Benzema, confiados en la inevitabilidad de su salto al poder por disfunción o descalabro del titular. Los síntomas de mejoría del PSOE o un ascenso en las ligas económicas estrangularían sus opciones.

En su concepción más radical, entre PP y PSOE media un abismo.

Cataluña dispone del colchón de CiU, que se maneja con soltura entre la socialdemocracia sueca y el incienso vaticano, lo cual permite un tránsito fluido sin modificar la abstención. Carentes de amortiguador, los votantes decepcionados del conjunto del Estado oscilan entre la abstención y el vértigo. El día de las elecciones tan anticipadas por la derecha, Rajoy no preguntará cuál es el resultado, sino cuál es la participación. Salvo que los españoles mantengan su identificación izquierdista como un resabio antifranquista y juvenil, porque la mitad de los encuestados se proclaman progresistas, pero sólo asignan esa cualidad a uno de cada cuatro de sus compatriotas.