En un año crítico que ha obligado a adoptar las medidas económicas y sociales más drásticas de la etapa democrática, en plena incertidumbre sobre el futuro del músculo financiero gallego, con unos índices de paro del 14,5% en la provincia que registra ya 80.500 desempleados y unos efectos demoledores sobre el tejido empresarial y comercial coruñés, el panorama de debate político que ofrecen los partidos en el gobierno de la ciudad de A Coruña para una próxima legislatura municipal que será clave, si no la más importante de los últimos treinta años, resulta desolador.

A menos de cuatro meses de unas elecciones tan decisivas, la gran cuestión que ocupa en estos momentos la crónica política local y parece erigirse como el principal obstáculo para que socialistas y nacionalistas revalidaran un hipotético nuevo mandato de coalición es la continuidad de la feria taurina. Con la que está cayendo. El candidato del BNG a la Alcaldía, Xosé Manuel Carril, advirtió el pasado miércoles, tras apoyar con su presencia una concentración antitaurina en la plaza de María Pita, que su partido condiciona un nuevo pacto con los socialistas a la supresión de la subvención municipal a las corridas de toros.

No cabe duda de que es lícito preguntarse si en época de crisis resulta o no adecuado invertir 130.000 euros del erario público en la fiesta taurina -nadie ha presentado hasta ahora un estudio riguroso sobre los efectos positivos o negativos de esta ayuda en la economía de la ciudad-, pero el rechazo del candidato nacionalista parece obedecer más a motivaciones ideológicas contrarias a la propia idiosincrasia taurina, que Carril considera "tortura y no cultura". Más allá de su legítimo derecho a cuestionar la feria taurina, roza el esperpento hacer de una cuestión tan puntual nada menos que la piedra de toque de un futuro pacto de gobierno municipal.

El rifirrafe taurino entre los socios del bipartito municipal coruñés sucedió apenas en unos días a otro sonado encontronazo, esta vez en las filas socialistas, que acabó con la renuncia del concejal Carlos González-Garcés a ir en la candidatura electoral elaborada por Javier Losada. El público espectáculo del alcalde tratando en vano de convencer a Garcés fuera de la asamblea de que aceptara un octavo puesto en lugar del séptimo que se le había asignado en principio no propició precisamente una imagen de seriedad e ilusión de un equipo pergeñado para afrontar el desafío de una etapa especialmente difícil y decisiva para el futuro de la ciudad.

Llama la atención que los mayores desencuentros del bipartito coruñés a lo largo de esta legislatura que está a punto de acabar no se hayan producido en torno a las grandes decisiones polémicas, como es el caso del plan general, en el que el BNG criticó la recalificación de suelos en As Rañas o la urbanización de San Amaro en el entorno de la Torre pero acabó votando su aprobación, sino en cuestiones de menor calado para los ciudadanos, pero con una gran carga simbólica ideológica. La única vez en la que PSOE y BNG rompieron su disciplina de voto en los plenos municipales se debió a una ordenación del uso del gallego en la Administración municipal impulsada por los nacionalistas, que pretendían que todos los miembros de la Corporación coruñesa utilizasen la lengua gallega en todas sus intervenciones oficiales y que fue rechazada por los concejales socialistas. Este pico de tensión se producía precisamente después de que Losada enterrase como consecuencia del pacto con el BNG la guerra del topónimo, que ahora por otra parte acaba de ser resucitada por el PP como uno de los temas centrales de su campaña, en otro desalentador ejemplo del rumbo del debate político alejado de lo que A Coruña precisa para identificar sus grandes desafíos. Y ahora, como colofón, la prioridad política para renovar el pacto de los dos partidos gobernantes en la ciudad en la próxima legislatura se supedita a unas corridas de toros.

La ciudad se juega demasiado en los próximos cuatros años, en los que deberá sortear no pocos escollos para no perder su condición de motor económico y social de Galicia. A las puertas de un curso político tan decisivo, se espera de sus principales responsables un debate a la altura del colosal reto y no una parodia que se pierde en discusiones banales que parecen dar la espalda a una preocupante realidad plagada de incertidumbres. Lo que los ciudadanos reclaman de sus dirigentes como agua de mayo -fecha de los comicios- son ideas y soluciones para salir de la crisis pero lamentablemente no acaban de ponerse sobre la mesa, si es que las tienen.