Contéstenme ustedes una pregunta. En democracia, ¿el pueblo comisiona a unos ciudadanos y ciudadanas para que administren lo mejor posible el patrimonio de todos, dentro de una priorización clara que empieza por lo más básico? ¿O la situación no es esa, y es el pueblo quien depende de la gracia de sus gobernantes, y de que estos decidan invertir más en esto o en aquello? La formulación de tal pregunta les puede parecer una perogrullada, pero... por lo que parece, es importante tenerlo claro. Yo me quedo con la primera versión de la pregunta. Y la respuesta clara es que, entonces, la priorización de lo más básico es lo más importante para la ciudadanía. Antes que estampas, es necesario comprar pan. Y la sanidad, por ejemplo, es lo más íntimamente necesario que tenemos. ¿Para qué queremos grandes infraestructuras, o museos de última generación, si no somos capaces de asegurar tratamientos farmacológicos y sanitarios a la altura de una sociedad moderna del siglo XXI? Evidentemente, hay que racionalizar el gasto y controlar el abuso, que lo hay -y mucho- en una sociedad excesivamente medicalizada. Pero lo prioritario es lo prioritario... ¿O no?

Les cuento. La noticia salta en el Reino Unido. Allí, por razones económicas, parece que el sistema de sanidad público del Reino Unido ha comenzado a ahorrar costes racionando operaciones estrictamente necesarias. Estamos hablando de trasplantes de cadera, o hasta de tratamientos oncológicos. Y quien denuncia esto no es alguien que pasaba por allí. Se trata de la Federación de Asociaciones de Especialidades Quirúrgicas, cuyos socios son en torno a quince mil cirujanos británicos.

He empezado por lo de fuera pero, cuidado, una austeridad mal entendida ha llevado aquí también a situaciones nada deseables. Les pongo un ejemplo. Tengo un amigo que tiene frecuentes desórdenes intestinales, con episodios combinados de diarrea y estreñimiento, abundante meteorismo y gastralgia. Él reside en la Comunidad de Madrid, y allí fue a ver a su médico de cabecera. Este, sin siquiera examinarle, le diagnosticó colon irritable. Sin más.

No hace falta ser un genio para saber que el colon irritable se diagnostica por descarte o exclusión de otras patologías. Cuando uno acude al médico de cabecera con una sintomatología continuada de esa índole, el mismo pedirá una analítica, un estudio de sangre oculta en heces y, en función de la persistencia de los síntomas, derivará al paciente al especialista en digestivo. Este, con el resultado de tales pruebas, seguramente solicitará una colonoscopia u otras pruebas diagnósticas. Con todo, una vez descartado por ejemplo un proceso neoplásico (cáncer) o enfermedad inflamatoria intestinal (Crohn o colitis ulcerosa), seguramente el especialista pueda diagnosticar un colon irritable. En este esquema simplificado hay otras variables, que el médico conoce. Pero, fundamentalmente, es así.

Nadie puede, por tanto, diagnosticar positivamente un colon irritable sin haber descartado todo lo demás. Y eso, por muy sabio que se sea, sólo se puede confirmar con las pertinentes pruebas diagnósticas. A mi amigo, en la Comunidad de Madrid, no se las han querido hacer. ¿Por qué? Pues seguramente habrá que pensar que por el mismo tipo de política restrictiva que empezaba contándoles en el primer párrafo.

Aplaudamos que los gestores de nuestra sanidad pública sean contenidos en el gasto. Bien. Nos va en el bolsillo a la ciudadanía. Pero no a costa de privarnos de una de las prioridades más básicas en nuestra particular pirámide de necesidades: una buena salud. Mi amigo está sumando a su malestar físico la duda y la incertidumbre derivadas de la posibilidad de que el diagnóstico no haya sido el más adecuado. Esta es la duda permanente de la sanidad de pago, de copago o tamizada de alguna manera desde la óptica de la reducción del coste. Es loable el propósito pero... ¿dónde se produce el corte entre el gasto superfluo y la necesidad? Para mí sí que es posible avanzar en una línea de racionalización, control y eficiencia, pero a cambio de no escatimar ni un céntimo en parámetros de calidad asistencial y, particularmente, diagnóstica. Pero... ¿es esta la deriva de la sanidad actual? Sinceramente, no lo sé. A pesar de que la Presidenta de la Comunidad autónoma donde reside mi amigo se haya operado -de un día para otro- en lo público, y haya alabado hasta el infinito la calidad de la comida en el hospital. Faltaría más.

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