EHay quien a estas alturas aún no se repuso de la sorpresa que le causó ver el nombre de José María Castellano vinculado a una operación para hacerse con el control del banco que, por imperativo legal, se dispone a crear Novacaixagalicia. Hasta que se produjo la malintencionada filtración inicial, a principios de semana, poca gente de la que se tiene por bien informada podía sospechar que alguien que fue la mano derecha de Amancio Ortega en Inditex, uno de los ejecutivos más reputados de España, estaría dispuesto a arriesgar buena parte de su fortuna personal y mucho de su prestigio profesional en una aventura tan incierta.

En cuestión de horas se extendió por el país una sensación de alivio, sobre todo al confirmarse que la cosa va muy en serio y que el eventual desembarco de Castellano en NCG Banco cuenta con el respaldo explícito de todas las partes implicadas en el futuro, desde el Banco de España hasta la propia cúpula de la caja, pasando por la Xunta. Habíamos dado con el mirlo blanco. Con él, se dice, llegarían unos salvíficos cientos de millones de euros de diversos fondos de inversión extranjeros, suficientes para evitar el desastre de la nacionalización total de Novacaixagalicia.

A día de hoy, sin embargo, y a medida que se van conociendo los detalles de la operación, el entusiasmo inicial está desinflado considerablemente. Que el interesado reclame para sí una presidencia ejecutiva con plenos poderes, sin ataduras, lejos de tranquilizar, genera una cierta desconfianza sobre la verdadera intención de unos inversionistas cuya identidad, además, sigue siendo un absoluto misterio. En cualquier caso, nadie da duros a cuatro pesetas. El propio Castellano matiza que el volumen definitivo de la inversión, que está por concretar pero que se estima en unos 500 o 600 millones de euros, va a depender fundamente del precio de las acciones y éste a su vez, del valor del negocio de NCG, o sea, de la diferencia final en la valoración de los activos y los pasivos de la entidad por parte de los expertos designados por el Banco de España. Todo el mundo da por hecho que esa cifra será entre un 30 y 50% inferior a la que aparece reflejada en los libros de contabilidad. Los trabajadores de NCG desconfían de cuáles sean los auténticos propósitos de los misteriosos inversores que llegan de la mano de Don José María. Temen que no vengan para quedarse, para desarrollar un proyecto bancario rentable, sino simplemente a especular, a dar un pelotazo. Se trataría de comprar de puro saldo los restos del desguace de lo que un día fueron Caixa Galicia y Caixanova, para después, en el momento adecuado, vendérselos en el mercado de ocasión al mejor postor. Sea como fuere, la entidad que Castellano pretende gestionar se parecerá a una caja de ahorros lo que un huevo a una castaña. El cerebro del milagro Zara nunca se jugaría el dinero propio y ajeno en ese tipo de negocio, en una banca semipública directamente vinculada al poder político, porque es algo en lo que no cree. Puede que el NCG Banco, si se sale adelante, mantenga su centro de decisión en Galicia y que la mayoría de sus administradores y directivos sean gallegos. Sin embargo, su capital no será autóctono, ni estará obligado a comprometerse con el país. Sólo estará obligado a ser rentable para sus accionistas. Por eso, y porque que en este peliagudo proceso aprendió a no fiarse de casi nadie, el presidente Feijóo no lanza las campanas al vuelo. Prefiere esperar y ver.

fernandomacias@terra.es