Hace mucho que Diego Calvo dejó de ser una joven promesa de la política gallega, a pesar de que tiene solo 36 años. Inicia su fulgurante trayectoria al frente de Nuevas Generaciones. Después fue uno de los más fieles escuderos de Feijóo en la oposición al bipartito. Trabajó duro en el Parlamento y en el partido. Desde que el PP ganó las elecciones autonómicas de 2009, el flamante nuevo presidente de la Diputación de A Coruña estuvo en todas las quinielas para ocupar puestos de máxima responsabilidad, hasta que finalmente fue nombrado delegado territorial de la Xunta.

Es Carlos Negreira quien decide ahora enviarlo al Pazo Provincial. Allí ha de cumplir, entre otras, una especial encomienda de su mentor directo y del presidente de la Xunta, la de implantar un nuevo modelo de gestión -eficiente, riguroso y austero-, en línea con el que el PPdeG quiere imponer desde San Caetano. Un estilo cuanto más alejado mejor del que practican Louzán en Pontevedra y sobre todo Baltar en Ourense, que ni por asomo recuerde al clientelismo caciquil, al que de siempre se asocia el poder provincial de la derecha gallega.

Se trata de que en adelante la Diputación coruñesa sea una de las principales referencias dentro y fuera de Galicia del nuevo papel que los populares atribuyen a las corporaciones provinciales, en el marco de su propuesta de redefinición de los distintos niveles de la administración pública, orientada a ahorrar costes y evitar las indeseables redundancias o interferencias, que tan caras nos cuestan y encima van siempre en perjuicio del interés general.

En adelante es probable que veamos un claro reparto de papeles en el PP coruñés. En virtud de su respectiva función institucional, Negreira atenderá el frente urbano -la capital y el resto de las ciudades-, mientras que Calvo se ocupará del rural, sobre todo de A Coruña interior, más que de la costera, porque ése es el terreno natural en el que, como presidente de Portos de Galicia, les echa una mano un incondicional José Manuel Álvarez-Campana. La experiencia de estos dos años como superdelegado de la Xunta le vendrá muy bien al joven político de San Sadurniño para su nuevo cometido. Sabe todo lo que necesita saber para estar a la altura. También le viene al pelo que su sustituta en el antiguo edificio de Monelos sea Belén Docampo. En ella encontrará la máxima lealtad y colaboración, así como una total implicación en la estrategia para el control político de la provincia diseñada por Negreira y el propio Calvo, que tan buenos resultados ofreció el pasado 22 de mayo. El escalafón está claro. Cada cual sabe el nivel que ocupa. Y a su vez todos trabajan para Feijóo. Estarán incondicionalmente con él tanto si se queda en Galicia como si algún día da el salto a Madrid.

A Diego Calvo le encanta la política. La lleva en el torrente sanguíneo. Y le apasionan los retos, plantearse metas y esforzarse en alcanzarlas. Hasta aquí su carrera ha sido meteórica, tal vez demasiado. Aunque está lejos de tocar techo, sabe que no debe demostrar un exceso de ambición, porque eso levanta peligrosos recelos en los propios compañeros de viaje. De ahí que ahora, según sus íntimos, haya hecho voto de humildad y tenga el propósito de tomarse las cosas con calma. Y de darle tiempo al tiempo.

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