En ciertos ambientes, ha causado satisfacción la última propuesta de la Comisión Europea para "castigar a los principales causantes de la crisis": la banca. Se trata de crear una tasa sobre las transacciones financieras (inspirada en las tesis de un premio Nobel de Economía, James Tobin), con entrada en vigor en 2014 y en virtud de la cual se esperan recaudar hasta 57.000 millones de euros anuales. Con ello se compensarían, según sus promotores, parte de los más de cuatro billones de euros otorgados en ayudas al sector financiero desde que empezó la crisis.

El problema de esta propuesta (como el de otras tasas o impuestos, como se verá con el regreso del Impuesto sobre el Patrimonio en España -que castigará a los estratos medio-altos, no a los ricos-) es que puede generar consecuencias no deseadas. En primer lugar (más allá de las dificultades para alcanzar un acuerdo entre los 27 países de la UE), debe dudarse de su eficacia: si no se aplica de manera global, no tendrá resultado. Y las dos mayores plazas mundiales de derivados financieros (la City de Londres y Wall Street) presionarán a sus gobiernos para no adoptarla (por lo que podría lograrse el efecto perverso de eliminar el sector financiero de derivados en Europa, mientras la mayoría de la actividad se concentra en el ámbito anglosajón).

Además, una vez aplicada la medida sobre las entidades financieras, es posible que estas traten de resarcirse de la imposición de la tasa cobrando comisiones por todo tipo de servicios a sus clientes (es decir, la mayoría de nosotros)... por lo que se daría la paradoja de que los usuarios de la banca fueran los pagadores finales de la tasa. Ya dijo alguien que el camino al infierno estaba empedrado de buenas intenciones.