En la mesa camilla de la sala a media luz -fondo de la estancia, estores bajados- el escritor lo intenta. Lo que tiene delante es la pantalla iluminada, y si gira a su derecha la cabeza, estos planos: el enrejado del respaldo de una silla, detrás, a poca distancia, un ficus cuyas hojas se mueven suavemente con la brisa que llega de la terraza, tras él la puerta entreabierta, como fondo de ésta la copa de un gran árbol de la calle, cuyo verdor y movimiento componen con el ficus un juego, y a un lado las manchas en los estores, movedizas también, de la luz que llega de un retazo último de paisaje, con lejanas montañas sombreadas por el atardecer de inicios de otoño. La cavidad física de la estancia se hace más hueca con el coro que interpreta Lux Aeterna, de Ligetti, cuyas notas participan de la misma danza. Como es natural, el teclado del Mac se resiste a hacer su trabajo. ¿Para qué?