Lamento como el que más las muertes de jóvenes en las carreteras volviendo del ocio nocturno. A la ingesta de alcohol y otras cosas, se unen el cansancio acumulado tras una noche de fiesta, el prurito de chulear con el coche, y ahí están los resultados: en 2010 un tercio de los muertos en carreteras en Galicia, concretamente 52, eran menores de 30 años. Para poner coto a tal sangría se ideó el noitebús, líneas de transporte público que evitan el uso del coche particular. Como esos servicios cuestan, lo primero fue recurrir a la subvención. Al fin y al cabo se salvan vidas y ahorramos gastos médicos, pensaron. Mas pronto el No con mis impuestos valió también aquí. ¿Por qué voy a respaldar yo con mi dinero, que alimentan esas subvenciones, las juergas juveniles?, se dijo. Se impuso que los propios jóvenes se pagasen el trasporte. Mas la inexorable ley del mercado se encargó de hacer exorbitante el precio del billete personal en determinadas rutas, hasta el punto de hacer más barato el ir varios en taxi. Y ahí estamos, cada vez con menos rutas de noitebús y más caras, y sin atisbo de que disminuya la movida juvenil. Queda el recurso de que sean los padres los que paguen el transporte para la diversión de sus hijos. O si no -como decía destempladamente un conocido mío-, que vengan los propios padres en coche a recogerlos y así se enteran de dónde y cómo se divierten sus hijos.