Nadie puede reprocharle al imputado por uno o varios delitos que organice su estrategia de defensa como tenga por conveniente, incluso mintiendo a su favor porque la ley así lo permite. Y de esa forma han debido entenderlo el señor Dorribo y sus abogados acusando al actual ministro de Fomento, José Blanco, al hasta hace poco diputado autonómico del BNG Fernando Blanco, y al también hasta hace poco diputado autonómico del PP Pablo Cobián, de haber cobrado comisiones ilegales de manos de ese empresario (emprendedor, aventurero, corsario, o como quiera llamársele al que supuestamente se dedica a negocios arriesgados). El señor Dorribo, un "hombre hecho a sí mismo" como lo describe un periódico, había sido detenido el pasado mes de mayo junto con otras trece personas, entre las que se encontraban los señores Joaquín Varela y Carlos Silva director y subdirector, respectivamente, del Igape, una institución pública que depende de la Xunta de Galicia. La juez de Lugo que investiga el llamado caso Campeón les imputó a todos ellos, en diversos grados de implicación, los delitos de fraude de subvenciones públicas, falsedad documental, alzamiento de bienes, blanqueo de capitales y fraude fiscal. El emprendedor Dorribo estuvo dos meses y medio en la cárcel hasta que decidió colaborar con la justicia tirando de la manta, o dándole al pico, como vulgarmente se dice en el argot de los hampones. Y los dos altos cargos del Igape, fueron apartados temporalmente de su cargos, sin ser destituidos (fórmula novedosa en la gobernanza de los asuntos públicos), hasta que estalla este nuevo escándalo y el gobierno de la Xunta de Galicia, que preside Núñez Feijóo, anuncia que va a cesarlos inmediatamente. De todo esto, salvo que mediase una iniciativa judicial en solicitud de nuevas imputaciones, no nos hubiéramos enterado de no ser por la benemérita aparición en escena del diario El Mundo, el campeón de las revelaciones sensacionales. Fracasado su intento de asar a fuego lento al candidato Rubalcaba en el caso Faisán, el periódico del señor Ramírez, a pocas fechas de unas elecciones generales, ha encontrado en la denuncia del emprendedor Dorribo contra el ministro de Fomento, una oportunidad magnífica para sangrar las ya depauperadas expectativas de los socialistas. Y de paso congraciarse con el señor Rajoy a quien -no conviene olvidarlo- quiso defenestrar como líder del PP tras la derrota de 2008. Parece dudoso, por no decir imposible, que el imputado y locuaz Dorribo pueda probar antes del 20 de noviembre que la razón principal de su fugaz encuentro con el ministro Blanco, y su cortejo de escoltas, en una gasolinera de Lugo, tuviese como objeto la consumación de un soborno. Y tampoco parece que sea ese el escenario adecuado para concretarlo o consumarlo. Pero, en cualquier caso, da igual. Cuando el señor Ramírez hace presa en un escándalo (de eso vive desde hace muchos años) no lo suelta sean las que fueren las evidencias. Ya lo hizo antes con el juicio del 11- M, con el caso del ácido bórico, con el caso Faisán, y con tantos otros. Lo peor del asunto es que siempre hay gente dispuesta a creer cualquier cosa con tal de que perjudique al adversario político. El señor Zapatero tuvo muchas complacencias con el señor Ramírez durante los ocho años de su mandato, supongo que para ponerse a cubierto de sus dentelladas. Pero, al final, no le ha servido de mucho. Habrá que seguir este caso con atención. En política la mentira ya tiene el mismo valor que la verdad.