Saludos desde Cataluña. Les escribo hoy -visita fugaz- desde algún despacho de una de las facultades de una universidad catalana. Aquí andamos, en unos días de franco verano en medio del mes de octubre. Hoy mismo, de todos modos, pongo rumbo de nuevo a Galicia, al tiempo que, por ejemplo, comienza por aquí una nueva edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, localidad deliciosa donde tuve ocasión de regresar hoy, una vez más. Luego, un magro paseo por el centro de Barcelona y poco más. Pero ha servido para tomar perspectiva, un buen ejercicio para intentar entender mejor el entorno próximo, y ampliar la mirada.

Este, el que más me importa, se ha despertado estos días con la noticia de la oferta del Banco Popular por el cien por cien de las acciones del Pastor, en lo que parece ser el último episodio de un cierto desmantelamiento económico y financiero de Galicia. Supongo que son signos de una época, y que poco se puede hacer -desde la sociedad o desde la política- para frenar esta tendencia económica mundializadora que, como las corrientes con la arena en las playas, engordan lo más grueso y dejan mondas y lirondas las rocas de aquello que algún día fue apto para tomar el sol.

De todos modos, no me entiendan ustedes mal. Si titulo este artículo "un país que languidece", no me refiero a lo económico, aunque esté relacionado con ello. A pesar de que, en las noticias presentes, no sea oro todo lo que reluce, me preocupa hoy más otra noticia que sí que está directamente relacionada con un camino inexorable hacia la decrepitud. Y no estoy hablando aquí de Galicia, sino del conjunto de España. Y es que, por lo publicado por el Instituto Nacional de Estadística, en su estudio de «Proyección de la Población de España a Corto Plazo 2011-2021», vamos a menos.

Hablamos de demografía. Y aquí surgen dos ideas claras. La primera es, que en diez años más, en España habrá medio millón de personas menos. Y la segunda, mucho más inquietante, es que este bajón se producirá, sobre todo, en el segmento demográfico económicamente más activo, incrementándose el porcentaje de población dependiente. Todo un cóctel, en el límite, que llevaría a la inviabilidad no ya de la caja de la seguridad social, sino de la propia sociedad como tal.

Porque, fíjense, a partir de 2011 el INE nos advierte de que se producirá un saldo migratorio negativo. Esto significa que, en el nuevo contexto dibujado, son más los que salen que los que entran, en un verdadero giro sorprendente de lo que ha sido la tendencia en estos últimos años. Si asumimos que será mucha gente joven la que tendrá que salir de nuestro país para hacer ese ejercicio tan digno de buscarse sus lentejas allá donde pueda conseguirlas, mala cosa desde el punto de vista de la viabilidad demográfica. Si, además, entendemos que nos veremos privados de una población inmigrante que, con iniciativa y ganas de una vida mejor, había elegido nuestro país en los últimos años por las oportunidades que este le podía reportar, y que han venido a menos, también mala cosa. Como consecuencia de estos dos fenómenos, del estupendo incremento en la esperanza de vida y de algunos otros factores, estamos envejeciendo. Y, consecuentemente, tenemos menos capacidad de asumir nuevos retos como conjunto y prosperar. Por eso hablo de languidecer... Porque el primer ingrediente para que una sociedad en marcha, fresca y dinámica sea tal, es que haya esa sociedad. Y, si vamos a ser menos, es un problema. Bueno, son las cifras, y como tal hay que contarlas. No quiere decir esto que no haya pequeños espacios para la esperanza, pero la tendencia general es a la contracción demográfica. Si nos centramos en lugares concretos muy nuestros, como la montaña de Lugo o de Ourense, entonces la situación pinta ciertamente fea. Supongo que es un tema complejo, donde hay pocas varitas mágicas, pero algo tendríamos que hacer -quizá un Pacto Galego consensuado, dotado y bien enraizado en la sociedad, con visión institucional y de largo plazo, mucho más allá de los cuatro años clásicos de vigencia actual en las estructuras directivas de nuestros diferentes órganos de gobierno-, para intentar reaccionar a tal tendencia. Aunque, sinceramente, tampoco sé si, en la coyuntura actual, podemos disponer de herramientas políticas y sociales potentes para poner freno al problema de una pirámide poblacional tan adversa en nuestro entorno... Y es que, queridos y queridas, aunque no todo se arregla desde la política, estaría bien intentarlo. Y sin que plantear esto sea entrar, directamente, en el terreno del Cine Fantástico... Para esto ya está Sitges.

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