Lo mejor de abandonar la vida de estudiante -con la penosa obligación de estudiar- fue dejar de examinarse (es decir, de ser examinado) y que nadie más pudiera decirte que tenías que "hacer los deberes". Hay pocas cosas aceptadas que sean más repugnantes que "hacer los deberes" después de una larga jornada escolar.

Hay falsa nostalgia respecto a la vida de estudiante y la prueba de ello es que muchas personas, muchos años después, siguen teniendo la pesadilla recurrente en la que vuelven a hacer exámenes. Eso es nada respecto "hacer los deberes", algo que ahora está en boca de tantos y es como una pesadilla que sucede cuando estás despierto.

Hacer los deberes era algo que sólo te podían reclamar los profesores y los padres, pero ahora que la odiosa expresión se ha puesto de moda, cualquier mindundi ordena por la radio o por la tele a millones de personas que hagan los deberes o alardea de haberlos hecho él. Odiemos hoy, como al empollón de entonces, a estos dispensadores de ricino que, además, han incorporado otra expresión inquietante: "Ponte las pilas".

Cuando oigo a un cretino que ha hecho los deberes decir que se ha puesto las pilas siempre pienso por dónde se las habrá colocado. ¿Dónde tiene el portapilas?

En distintas exploraciones no he logrado encontrármelo, doctor. ¿Me sucede algo o compartimos planeta con una especie de electrodomésticos del sistema, de juguetes de la jefatura, de robots del poder económico con apariencia humana? ¿Han avanzado tanto los japoneses en la fabricación de androides?

Si son humanos no es difícil imaginar por dónde se instalan las pilas ellos y ellas. Y no apetece emularlos porque para mover aparatos de ese tamaño no valen las de botón. Como poco llevarán muchas cilíndricas -las hay muy gruesas- o de petaca. Son raros de verdad estos tíos que nos mandan ponernos pilas.